Carlos
Skliar: "El principio de cualquier pedagogía es que haya conversación” publicado en el
diario LA CAPITAL Sábado 15 de Marzo de 2008
Chicos que pasan horas esperando a la salida de la escuela porque sus
padres no acordaron quién los retiraría o extendieron su jornada laboral. Otros
que dicen estar los días enteros solos, los fines de semana en la calle, hablan
más por celular que personalmente o no encuentran nada divertido para hacer
“con los grandes”. Todas de alguna manera son distintas formas de abandono,
masivos o sutiles, que afectan a niños y adolescentes de las distintas clases
sociales y que se manifiestan cada día en las aulas. El investigador y
especialista en educación, Carlos Skliar, analiza una situación que no es
exclusiva de lo que ocurre en la casa, porque —como dice— los chicos tampoco
encuentran en la escuela contención, diálogo y pertenencia.
A un grupo de chicos de Jujuy, les alcanzó un minuto para resumir esta
problemática en un video: “Protección más allá de
la niñezCapital. ”, tal como lo llamaron y donde expresan cómo los
adultos no siempre protegen a los jóvenes. El video, que fue premiado por
Unicef el año pasado en el certamen “Un minuto por mis derechos”, se puede ver
ingresando a esta nota en la edición on line de La
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Para Skliar, lo que básicamente está fallando es la comunicación, el
reconocimiento del otro y la valoración de lo que llama la herencia y la
experiencia. “Educar tiene que ver con una conversación entre distintas
generaciones, niños, jóvenes, adolescentes y adultos, acerca de la herencia,
del mundo que ha pasado y de qué hacemos con eso”. Resalta entonces que esta
conversación, que está siendo rechazada tanto por los adultos como por los
jóvenes, es la que hay que retomar y recomponer.
—¿Qué entiende por herencia?
—Herencia no es simplemente una transmisión de una tradición entre padres e
hijos o maestros y alumnos, sino un pasado mayor a nosotros mismos. Cuanto más
se quiera definir la herencia simplemente como una tradición obligada peor nos
va. Hay abandono de los adultos y también de los jóvenes a los adultos, de lo
que me quieren enseñar, que quieren institucionalizar y de la tradición.
—¿Cuáles son los tipos de abandono?
—El abandono no es sólo una cuestión de tiempo y espacio ni de clase social
sino que está ligado a infinitos grupos. En este sentido no sólo los padres han
hecho abandono, también las instituciones educativas, por ejemplo, de las
personas con discapacidad: sólo del 1 al 4 % de estas personas están en el
sistema educativo, este es un abandono muy notorio. El gran abandono educativo
es hacia el cuerpo, el aprendizaje y el comportamiento diferentes. Todo lo que
no es conocido de antemano puede ser objeto de abandono.
—¿Por qué están cada vez más acentuados estos abandonos?
—No quisiera caer en la trampa de decir que es por apatía o un simple descuido.
Se ha dado algo muy controversial últimamente sobre la misión de educar. Hace
poco tiempo se trataba de educar lo mismo a todos y desde hace 20 años se viene
planteando que hay que enseñarles a cada uno algo diferente. Ahí es donde
aparece un problema de percepción: en ese planteo ambiguo que se le ha hecho a
los maestros y cuya respuesta puede ser el abandono, por no poder estar con
todos, por no poder estar con nadie en particular. Antes se los abandonaba
porque todos eran homogéneos, entonces no importaba bien quién fuera cada uno,
y ahora en ese desmesurado afán de conocer a cada uno, se abandona una
totalidad, lo común, lo humano como universal.
—¿Cómo debería abordarse en el aula este conflicto?
—Hay un doble trabajo aquí. En primer lugar, tenemos que estar predispuestos
(no digo preparados porque tiene connotaciones de formación docente, de ir a un
curso para), primero para encontrarse con cualquier alumno, independientemente
de sus características sociales, personales y de las definiciones de
diagnóstico. Pero al mismo tiempo, ese maestro tiene que estar disponible para
lo que llamo el “contigo”.
—¿Qué es ese contigo?
—Es “contigo” específicamente y no con cualquiera: con vos que te llamás así,
que tenés este rostro, que hablás de esta manera. El acto educativo es un
encuentro con gente con nombre, con rostro, con lenguaje concreto, no hablamos
de instancias en abstracto. Ahí es donde hay un doble juego a hacerse: estar
disponible para cualquiera pero también estarlo para entrar en relación
“contigo” y ese “contigo” esta dicho a la cara de cada uno.
—¿Qué contexto escolar tiene que darse para que esto sea posible?
—Soy partidario de dejar de lado palabras grandilocuentes como diversidad o
inclusión, que son más bien mandatos en los cuales el maestro está obligado a
realizar una acción sobre alguien. Todos estamos un poco cansados de entender
la educación en términos de grandes actos heroicos, esto de educar para la
igualdad, para el trabajo, para el futuro, parecen empresas fantásticas. Sin
embargo el acto educativo se pone en juego en lo que llamo “gestos mínimos”
sobre los que hay que trabajar muchísimo, y por donde pasa mucho más que por
esos cambios anunciados con fosforescencia y luces de neón.
—¿Y cómo hacen los profesores con cientos de alumnos para que haya una
conversación posible?
—El tema es instalar una conversación entre jóvenes y adultos que hasta ahora
está siendo negada. Hay una distancia tal entre jóvenes y adultos, que no hay
conversación. El principio de cualquier pedagogía es que haya conversación. Me
parece que lo que reclaman tanto los jóvenes de la secundaria es que no hay
diálogo, por lo tanto no puede haber instrucción ni ningún tipo de explicación.
Hoy la conversación tiene que girar en el tono de la sensibilidad y no en el de
la moralidad. El abandono se produce cuando queremos instalar una conversación
moral sobre lo que está bien y lo que está mal, sobre lo que deberían hacer y
no hacen. En cambio, si ocupa el lugar de la sensibilidad, esto es hablar sobre
lo que nos pasa, nos gusta o nos disgusta, la tensión y la distensión, por ahí
se puede establecer. Y establecida la conversación, hay pedagogía. Sino no la
hay.
—¿Cómo repercute el abandono en el aprendizaje?
—Básicamente es la pérdida literal de la herencia, del pasado, repercute en
cuanto que cada generación va a tener que reinventar el mundo por sí misma y
esto es una tarea imposible. Lo que está provocando es la fractura entre el
pasado y el futuro. Este es uno de los mensajes más terribles que se están
transmitiendo hoy. Quiere decir: “abandonemos el pasado, hagamos un pacto de
mediocridad y no conversemos”. Es un abandono muy terrible, tener que ser
responsables de nuestra propia vida sin entrar en una línea histórica con la
herencia.
—¿Cómo es una escuela
ideal?
—No sé, hablaría de escuelas posibles. Creo que esto depende de la comunidad
educativa y no tanto de gobiernos y leyes. No sólo es la escuela sino el lugar
donde está, la gente y la vida dentro de ese espacio concreto. Tiene que ver
con un lugar donde se conversa acerca de la herencia y la experiencia, ese es
el punto en el cual estamos distantes: hoy se explica cierto saber, pero no se
conversa acerca de mi experiencia, tu experiencia, nuestra experiencia. El
ideal de escuela sería posible si es permeable a que cualquier otro pueda
ingresar en ella. En la medida en que tenga mecanismos de defensa frente a lo
extraño, a lo diferente, se vuelve imposible y todo lo contrario de lo ideal.
Carlos Skliar (Buenos Aires, 1960) es investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Argentina (CONICET), y del Área de Educación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.
Es Doctor en Fonología, con Especialidad en Problemas de la Comunicación Humana con estudios de Pos-doctorado en Educación por la Universidad Federal de Río Grande do Sul, Brasil y por la Universidad de Barcelona, España. Ha sido profesor adjunto de la Facultad de Educación de la Universidad Federal de Río Grande do Sul, Brasil, y profesor visitante en: Universidad de Barcelona, Universidad de Siegen (Alemania), Universidad Metropolitana de Chile, Universidad Pedagógica de Bogotá y Universidad Pedagógica de Caracas.
Es autor de los libros de poemas Primera Conjunción (1981), Hilos después (2009) y Voz apenas (2011), del libro de aforismos y ensayos La intimidad y la alteridad (2006). Recientemente ha publicado los títulos No tienen prisa las palabras (Candaya, 2012) y Hablar con desconocidos (Candaya, 2014).
Es también autor de varios libros de pedagogía y filosofía, entre ellos “Lo dicho, lo escrito, lo ignorado” (Tercer premio nacional de Ensayo, Secretaría de Cultura de Nación, 2013).