MAESTROS Y NIÑOS APRENDEN JUNTOS…
La comuna de Reggio Emilia, ciudad del
norte de Italia, comenzó a instituir su propia red de servicios educativos
hacia 1963, con la creación de las primeras Escuelas de la Infancia. Desde
1967/68, la Comuna
comenzó también a acoger los requerimientos de municipalización de todas
aquellas escuelas que, después de la guerra, habían sido creadas por iniciativa
popular, dando vida así a una red de servicios educativos bajo la guía
pedagógica del profesor Loris Malaguzzi, quien, por muchos años, dirigió,
orientó y animó la experiencia (hasta 1994, año de su fallecimiento).
Estas instituciones educativas para la
infancia (que actualmente comprenden 13 nidos y 21 escuelas de la infancia) se
caracterizaron desde siempre por la
modernidad de las reflexiones teóricas
y por el radical empeño en la búsqueda y en la experimentación, sostenidas por
procesos de formación permanente de sus operadores.
Otras características distintivas son:
una organización del trabajo profundamente colegiada y relacionada; la
importancia otorgada al ambiente como interlocutor educativo; la presencia del
"atelier" (un espacio en el cual los niños pueden expresarse a través
de la música, la pintura y sus múltiples lenguajes); y la intensa y vital
co-participación en la gestión de parte de las familias y de los ciudadanos.
Reggio Emilia está llamando la atención
de maestros y maestras de todo el mundo y creo que eso ocurre porque los
maestros, como hombres y mujeres, tenemos una inquietud común a pesar de las diferencias
culturales, que es la indagación permanente de las posibilidades humanas y la
intención de dar un sentido humano a nuestra profesión. Creo que esto nos
identifica como maestros en cualquier lugar del mundo. Reggio Emilia
representa, a mi modo de ver, esta inquietud, esa idea de ahondar en las
potencialidades y posibilidades del ser humano. Supone desarrollar el sentido
del educar, que se contrapone al sentido del enseñar.
Aprender con los niños: escuchar,
observar, educar
La propuesta reggiana -recogiendo
algunas ideas de otras experiencias
pedagógicas- plantea que los maestros y
maestras vayan a las escuelas a aprender con los niños, allí un maestro es un
investigador permanente que, además, no llega a conclusiones que puedan ser
descriptas de forma retórica, sino con documentaciones de proyectos reales que
son narraciones de las posibilidades humanas.
Decía Loris Malaguzzi, en forma
provocadora, “para
hacer buena educación
debemos cerrar los libros de
psicología, pedagogía y didáctica”. Los cursos
de formación en Reggio Emilia justamente tratan de profundizar no sólo en
aspectos del desarrollo psicológico, cognitivo o emocional de los niños y las
niñas, sino también en el punto de vista de la cultura donde la escuela está
inserta. Las aparentes disciplinas tradicionalmente han sido vistas como una
disyunción, pero todas tienen una estructura común, que permite ver y
amplificar el número de puntos de vista sobre la cultura. Por lo tanto, se
necesita un perfil profesional que tenga un punto de vista amplio y complejo
para poder realizar, con los niños y niñas, una experiencia no sólo educativa,
sino cultural y social, que, a veces, la excesiva formación en
psicología, pedagogía y didáctica no
permite desplegar.
La escuela como motor de
trasformación social
Tradicionalmente existen –por
simplificar – dos posiciones sobre lo que tiene que ser el rol de la escuela y
que corresponden a tradiciones sociológicas diferentes. Se trata de la eterna
pregunta sobre si la escuela debe ser reproductora de la cultura y del ámbito
social o si la escuela debe ser motor de transformación social.
La posición de Reggio sostiene que la
escuela debe ser motor de transformación social, haciendo uso de la cultura
existente, puesto que es un valor que poseemos, pero sin obviar ni matar
omnipotentemente la cultura de la infancia.
Por lo tanto la escuela tiene tres
características. En primer lugar, es motor de transformación social y no puede
actuar solamente para la reproducción.
En segundo lugar, la escuela recoge los
valores culturales en los cuales están
insertos los niños (valores actualmente
en crisis con la llegada de inmigrantes y el mestizaje de culturas; por lo
tanto, saber en qué cultura estamos es mucho más complejo hoy que hace algunos
años).
Finalmente, la escuela tiene que tener
la característica, sobre todo, de escuchar cómo es la cultura de la infancia, que muchas veces no se corresponde con
la idea que el adulto tiene sobre la
infancia. Recogiendo las ideas de los niños y las niñas, el adulto puede transformar su propia cultura a
partir de los valores o del punto de
vista que tienen los niños y niñas sobre la sociedad y la cultura.
El arte en la escuela
Reggio Emilia aporta sobre todo un
punto de vista estético, en el sentido del buen gusto, de la belleza. La estética
es aquel arte de ver cómo aquellos elementos que aparentemente están aislados
son puestos en relación. Malaguzzi decía: “debemos ser capaces de ver las
relaciones antes que los términos relacionados”. Y esto es contrario al tipo de
educación y de cultura que normalmente vivimos. Me refiero a lo estético y no a
lo decorativo. Lo importante es que las maestras salgan de los esquemas
rutinarios y acomodados en los que están para establecer procesos creativos que
tienen que ver con las posibilidades de trasgresión de los acontecimientos que
normalmente han sido vistos desde un solo punto de vista.
Por otro lado, cuando Loris Malaguzzi
habla de los 100 lenguajes del niño, no
solamente habla del lenguaje plástico,
músico, matemático aislados, sino de la
integración y la interrelación de los
lenguajes.
Cuando un niño dibuja, no solamente
está haciendo plástica, tal vez está punteando y, además de dejar huellas, está
produciendo un sonido rítmico. Tal vez está dibujando una figura humana, y
tiene una experiencia con relación a la identidad del ser humano; otras veces,
cuando un niño dibuja está intentando poner dentro de algo cinco
cosas y, por lo tanto, desarrolla una experiencia matemática, espacial, topológica.
Y también, cuando los niños dibujan, adoptan distintas posturas corporales para
hacerlo, por lo tanto hay un componente motriz. El dibujo entonces no sólo es
una expresión plástica, sino una expresión en su máxima significatividad, donde
se articulan los 100 lenguajes sin la separación que los adultos queremos
ver de disciplinas diferenciadas.
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