Registro los recuerdos en sepia, en cámara lenta
Habian pasado cuatro años desde mi ingeso a la escuela.. El patio me dolía cada vez menos, allí navegaba junto a Sandokan , adoraba a la diosa Kali, soñaba que era como Josefine March, y tejía historias como Penélope.
Una tarde cuando entramos al aula la maestra nos pidió que escribiésemos. Lo que quieran, dijo. Recuerdo su boca roja repleta de dientes amarillos, sus ojos saltones, su aliento fétido.
Escribí, escribí sin comas, sin puntos, sin reglas, escribí con mi letra de zurda y con todas mis ganas, me perdí en el aula, en el patio, en mi misma, me transpiraban las manos y el aire se había vuelto estrecho, estaba feliz, libre, lo que quieras, me dolían las puntas de los dedos y las raíces del pelo. Metida dentro de una jungla furiosa, sentía un vacío delicioso y perfecto. Me levanté de golpe, caminé no sin dificultad hasta el escritorio, extendí las hojas con un gesto ampuloso y trágico.
Lo demás es confuso: la boca roja que articulaba no sé qué cosa, pedazos de papel desparejos que planeaban prolijamente por la ventana y un absurdo estupor detrás de mi lengua reseca.
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