La buena literatura, es solamente eso,
buena literatura, para niños,
para jóvenes, para adultos, lo interesante es que estéticamente genera
asombro, sorpresa y expectativa en los lectores. Debemos crear una verdadera comunidad de lectores para que
nuestros estudiantes del profesorado puedan hacer lo mismo con sus futuros alumnos.
La consigna tiene que ser: leer, leer y leer. El entusiasmo se trasmite, la
pasión por la lectura es contagiosa. Si a los maestros no les gusta leer, es
imposible que despierten amor por la lectura.
El objetivo debe ser entonces, formar docentes que sean auténticos mediadores entre los niños y los
textos. Esto implica que sepan seleccionar, vale decir, jerarquizar, trabajar sobre la especificidad
de lo literario, sobre los procedimientos que diferencian un texto literario de
otro que no lo es. De este modo, profundizando en la lectura y en el marco
teórico irán forjando sus criterios estéticos y de selección, para ir construyendo
el corpus literario y poco a poco,
aprenderán a diseñar diversas
situaciones didácticas, frente a
los textos literarios. Es importante
señalar que esas estrategias, no pueden reducirse a cuestionarios guías o a actividades que
terminen anulando el pensamiento del niño.
Nuestros futuros docentes deberán
aprender a despertar la imaginación, la
creatividad, el asombro, y desde luego esto no se consigue dando una serie de
preguntas siempre iguales que terminan destruyendo la estética y el pensamiento crítico.
Los maestros del Siglo XXI tienen que ser capaces de plantear la necesidad de la creación de
espacios específicos de lectura y reflexión, y entender los textos literarios, como obras de arte, capaces de provocar un impacto estético en
los receptores.
Como formadores, es nuestra obligación
guiarlos para que reflexionen sobre la importancia que tiene la incorporación
de la literatura: para la construcción de la subjetividad.
La representación de infancia, en general, nos
presenta a los niños y niñas
subordinados a los adultos.. En consecuencia, sus pensamientos,
opiniones, ideas, inquietudes no resultan relevantes. El docente ocupa el lugar
del “que sabe y enseña” y el niño y la niña el del “que no sabe y aprende”. Será
necesario romper con esa visión escolarizada
de infancia, que nuestros alumnos llevan impregnada en su propia biografía
escolar y que, lamentablemente, aún perdura en muchos docentes y solo sirve para encorsetar al niño en un modelo donde no tiene
cabida la polisemia de la palabra, en especial de la palabra enriquecida por los
procedimientos literarios.
La práctica docente tiene que ser un
auténtico objeto para la transformación, la literatura nos proporciona múltiples posibilidades que no debemos
desaprovechar.
Se trata de agudizar los sentidos.
Aprender a mirar, mirar todo. con intensidad para dar cuenta
de lo que se mira. Escuchar hasta los silencios, rescatar la capacidad de contemplar
las formas más sutiles de la palabra y de la imagen.
El arte es un método de conocimiento, una forma de penetrar en el mundo y encontrar
el sitio que nos corresponde en él y la literatura es ARTE POR
SOBRETODAS LAS COSAS.
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