Ser docente no es una tarea sencilla. Todos los que
nos dedicamos a la educación sabemos que el propósito de un maestro no pasa por
dar contenidos y nada más, sino que va mucho más allá.
Los educadores somos conscientes que
debemos contribuir a la creación de la subjetividad de nuestros estudiantes tanto del Primero como del Segundo Ciclo.
Esos niños y niñas serán los
ciudadanos de mañana, quienes seguramente, serán capaces de generar una
sociedad más justa e inclusiva.
Desde nuestra perspectiva, la escuela
se constituye como lugar de relación, un espacio en el cual nadie
aprende solo. Nos resulta grato ese proverbio africano que reza: “Para
criar a un niño hace falta una aldea entera”.
El siglo XXI se nos ofrece como un
abanico de maravillosas posibilidades, pero también observamos una oleada de
deshumanización e individualismo que caracteriza estos tiempos que nos han
tocado vivir. De modo que más que nunca tenemos que trabajar nuestro rol de
verdaderos “partenaires”. Cabe aclarar que, cuando utilizamos esta palabra
tan afín con el ballet queremos significar acompañar sin sofocar, ayudarlos a
que den sus propios pasos y que sean ellos los verdaderos protagonistas del
proceso de aprendizaje.
Todos nosotros trabajamos en las aulas,
la tarea nos atraviesa y conocemos profundamente al sujeto que nos convoca cada
día desde su propia mirada.
Sin duda todos los dispositivos
digitales actuales, sumados a las numerosas aplicaciones que utilizamos a
diario, cambiaron y cambian de manera vertiginosa los modos de producción,
circulación y recepción de información.
Es obligación de la escuela contribuir a la
democratización de las nuevas tecnologías para, de ese modo, generar condiciones
didácticas en las cuales se utilicen estos dispositivos. No se trata, solo
de incluir los celulares u otros dispositivos tecnológicos porque sí, sino
porque permiten optimizar las condiciones en las que los niños aprenden.
Como docentes de este milenio nos compete diseñar
propuestas en donde interviene el uso de recursos tecnológicos se ponen en
tensión al menos tres dimensiones fundamentales del proceso de enseñanza: la
organización pedagógica del aula, la noción de cultura y conocimiento y las
formas de producción del conocimiento. Sintéticamente, el uso de dispositivos y
conexión en la red dentro del aula, profundiza la desestructuración del espacio
y del clima, genera otros agrupamientos entre los alumnos, así como
intervenciones diferenciadas por parte del docente. Estos usos requieren que en
la escuela se trabaje explícitamente sobre la información o conocimiento que
circula en internet (su origen, confiabilidad, jerarquización, selección)
tomando como desafío la coexistencia con otras posibilidades de acceso al
conocimiento tradicionales o ya existentes. El desarrollo tecnológico, en
nuestra sociedad, produjo cambios en las formas de pensar y de aprender y
nuevos modos de relacionarse con los demás, nuevos vínculos de nuestros
alumnos, quienes atravesados por la cultura digital y por nuevos dispositivos
tecnológicos, viven una experiencia cultural más amplia que “supone nuevas
maneras de percibir, de sentir, de escuchar, de leer y de ver el mundo”
(Morduchowicz: 2012). Dicho desarrollo habilita una producción del conocimiento
que se encuentra
sostenido por otras formas de autoría (audio, video, texto) y otros
soportes y plataformas que abren nuevos escenarios. Ante este panorama, las
tensiones giran en torno a la legitimidad que esto tiene por fuera y dentro de
la escuela.
“Las nuevas tecnologías prometen muchas veces la
satisfacción inmediata del usuario, la adaptación a cada uno, y el entrar y
salir cuando uno quiere, que combinan mejor con el ´para algunos´ que con el
´para todos´. Hay que aclarar que ese ´todos´ no es ya el todo homogéneo que se
pensaba en el siglo XIX, pero sí es el ´todos´ de una sociedad a la que le
preocupa la justicia y la igualdad en el acceso al conocimiento, y que pretende
sostener una conversación y un marco de acciones compartidas. Ese nuevo todos
tiene que hacerle lugar a la diversidad de recorridos y de experiencias, y en
eso las nuevas tecnologías pueden ayudar mucho, pero también tiene que tener
como horizonte que esas experiencias diversas se enriquezcan con otras, se
dejen interrogar por perspectivas diferentes, y se combinen con lo que la
sociedad humana ya acumuló en saberes y en lenguajes. En esas otras tareas, la
función de la escuela sigue siendo fundamental”.
Ante los cambios que acaecen en la sociedad, es
preciso que la escuela promueva la inclusión.
El teléfono celular – por ejemplo - no es un simple
aparato o dispositivo. Se trata de un portador simbólico de lenguajes y
culturas que se halla entre los niños, los jóvenes, la escuela, los docentes,
la sociedad. Su función social es la de producir redes, concentra los medios de
comunicación y porta, en la actualidad, reproductor musical, radio, procesador
de textos, filmadora, cámara de fotos, aplicaciones diversas. Sus posibilidades
y potencialidades pedagógicas se presentan como un reto en la escuela para ser
utilizadas con propósitos claros y definidos.
Hay cuestiones que no debemos soslayar, en la
actualidad los jóvenes nacen inmersos en una cultura que cambia constantemente
y requieren nuevas competencias, por lo tanto los educadores debemos estar
atentos a las nuevas tendencias de
educación.
La
democratización de los medios de comunicación, las tecnologías, las infinitas
posibilidades que nos brinda Internet, nos
permiten que hoy la información sea un bien común.
Los alumnos ya no son lo que eran. Se ven como
sujetos operantes, no como objetos pasivos. Por tanto, demandan una formación
personalizada que alimente su espíritu emprendedor y su imaginación, orientada
a encontrar su pasión y nosotros tenemos la tarea -nada sencilla - de saber acompañarlos...