Si un niño vive con la verdad, por dolorosa que
esta sea aprende a enfrentar la vida. Muchas veces mis estudiantes, futuros y
futuras docentes me preguntan si se debe o no hablarles a los niños de la
muerte. Enseguida les respondo con otra pregunta:”¿Creen que debemos hablarles
a los niños de la vida?” Pues bien, si hablamos de la vida no podemos no hablar
de la muerte, son como dos caras de una misma moneda, la muerte forma parte de
la vida.
Recuerdo cuando falleció mi abuelo materno, con las
mejores intenciones decidieron ocultarme la noticia pero poco tiempo después,
un familiar que ignoraba el hecho me lo comentó y yo sentí como si una espada
me atravesara y la ira se apoderó de mí. Hubiese deseado participar de los
ritos que implica la despedida y que conducen al duelo.
Cuando falleció el abuelo paterno de mis, entonces
muy pequeñas hijas, pensé que lo mejor era posibilitarles su participación para
que no viviesen la partida de su abuelo de modo tan desgarrador como yo misma
lo había experimentado. Les dije la verdad sin eufemismos. En esa época acababa
de divorciarme y temía que fuese una situación incómoda pero nada era más
importante que el equilibrio emocional de mis hijas; de modo que les puse sus
mejores vestidos y tomamos un Taxi.
Una de ellas quiso entrar al lugar en donde estaba el féretro, la otra no. Una arrojó flores sobre la tumba, la otra hizo un gesto de adiós con su manito.
Una de ellas quiso entrar al lugar en donde estaba el féretro, la otra no. Una arrojó flores sobre la tumba, la otra hizo un gesto de adiós con su manito.
Ana y Yael tenían entre siete y ocho años y pudimos
hablar de la muerte como de un acontecimiento definitivo. Recuerdo que la de
ocho me preguntó si eso podía pasarle a ella e inmediatamente la más chiquita
le respondió que esas cosas no le sucedían a los niños: no intervine. Años más
tarde, leyendo un artículo de M. Nagy “The clid’s teories concerning death” pude comprobar una hipótesis que se me había
ocurrido aquella tarde, e informarme de algunas investigaciones que, como
formadora de futuros docentes me parecieron muy interesantes: Antes de los tres
años desde el punto de vista cognoscitivo y afectivo el niño no se ha
desarrollado lo suficiente para comprender el significado de la muerte. Entre
los tres y los cuatro años pueden considerar la muerte como un efecto temporal
reversible. Entre los cinco y los nueve años la percibe como un acontecimiento
definitivo que sucede a los demás. De los diez años en adelante se ve la muerte
como un acontecimiento inevitable para todos y está asociada al cese de las
actividades físicas.
Por todo lo expuesto estoy convencida que éste es
un tema a trabajar si se da la coyuntura.
Creo que es importante como docentes que ayudemos a
los niños a entender este acontecimiento. Todos sabemos que compartida la tristeza
es más tolerable.
Debemos adecuarnos al lenguaje de los más pequeños,
tal vez trabajar a partir de fenómenos naturales como el proceso que sufre una
flor, que se va marchitando y finalmente sucumbe o trabajarlo desde un cuento
para generar un clima de intimidad y reflexión. Muchos son los autores que se
han ocupado de este tema: Gustavo Roldán en “Como si el ruido pudiera molestar”
o Tomie de Paola, La abuelita de arriba
y la abuelita de abajo, Norma, 2003. También es recomendable el cuento de Laura
devetach “Monigote en la arena” y para los más grandecitos tenemos “Pablo” un
conmovedor cuento de Elsa Bornemann…por
nombrarles solo algunos.
Desde luego es fundamental la actitud que muestre
el adulto frente a la muerte, la idea es que seamos modelos positivos de los
más jóvenes. Ser un modelo positivo no
significa mantenerse distante o no conmoverse, significa ser capaces de
sostener al otro: un abrazo, una palabra, un gesto resultan fundamentales. Tenemos
que ser capaces de ponernos en el lugar del otro.
Todos somos conscientes de lo que nos cuesta
sobreponernos de una pérdida. Tenemos que ser respetuosos porque para un
pequeño la muerte de un hámster puede ser durísima y nosotros no tenemos
derecho a minimizarla. Por eso es imprescindible dar lugar al diálogo.
El duelo es un proceso lento con idas y vueltas
tanto en los adultos como en los niños. Tenemos que acompañar a elaborar este duro
momento desde una perspectiva positiva
3 comentarios:
¡Me encanto esta entrada! Nunca había leído a nadie escribir sobre este tema.
Mi muy querida Lihuen!!! Te cuento que lamentablemente estoy atravesando una situación de duelo, hace poco más de un mes falleció mi hermano de 61 años.. escribir sobre estos temas tal vez me permita aceptar esta situación, un abrazo y lo mejor para vos!!!
Hola Noniz recién le lei a Vicu tu artículo y el cuento de Roldan. Ella dice que le gusto y que Gracias!
Coincido en tu concepto de la muerte y de como hablar con los niños. Son días difíciles, de mucha reflexión y diálogo y al mismo tiempo de conexión y crecimiento personal.
Gracias por compartir tus sabias palabras. Gracias por acompañarme.
Muchos besos
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