Un
libro en el jardín maternal y de infantes es una voz siempre distinta, un
cuerpo que se mueve, una risa, una carcajada, un llanto exagerado, una voz
texturada de
tristezas,
un gesto con las cejas enarcadas, una boca que dice una “a”, repleta de
dientes, o que susurra una “i”, que arruga los labios hasta convertirse en “u”.
Pero
también es un silencio cargado de significados, un momento de reflexión del
docente con los niños, un conjunto de miradas que se cruzan intentando
decodificar
lo
que dice y/o muestra la docente; son
niños que hablan superponiéndose al texto; o es un niño acostado boca abajo
jugando con un muñequito o buscando un juguete
que
se le perdió mientras escucha, lejana, la voz de quien lo cuenta. Sin embargo,
esa aparente ausencia tiene su oído abierto a la voz del docente, que
seguramente estará
impactando
en su interior, aunque parezca lo contrario.
Un
libro en manos de un adulto significa tomar la decisión de leer, que en
palabras de Jorge Larrosa no es ni más ni menos que “la decisión de que el texto
nos diga lo que no comprendemos, es decir, lo que no sabemos leer” (Larrosa,
2003). Un docente que ya conoce el sentido del texto y tiene previsto lo que
les va a ocurrir a los niños en el proceso de lectura, corre el riesgo de
brindarles –de antemano– las respuestas que es necesario que los niños
encuentren solos. Es por ello que es importante tener en cuenta que esta
posibilidad siempre está acechándonos, y que el gran desafío es dejar abierto
el camino para encontrar nuevos interrogantes. La lectura previa del docente, entonces,
deberá servir como punto de partida para obtener una buena interpretación a la
hora de contar un cuento, pero no para inducir a los niños a unas respuestas
preconcebidas y/o direccionadas.
Veamos lo que
dice Marie Bonnafé en “Los libros, eso es bueno para los bebés” . La
autora es doctora en psicología y psicoanalista y pertenece a un organismo que
trabaja para fortalecer el acercamiento a los libros en la primera infancia.
Las sesiones
de animación y de lectura para los bebés con libros, en total libertad y en
lugares inesperados, y fuera de los muros de la biblioteca y de la escuela,
pudieron parecer en un principio experiencias limitadas, y acaso disparatadas
pero actualmente se han multiplicado y los resultados rebasan las expectativas
iniciales. El interés espontáneo de los bebés por la literatura de los primeros
libros álbumes, aun cuando no estén familiarizados con los libros, ya no es
algo que necesite demostrarse.
[…]
Comúnmente, las dificultades surgen con los adultos que acompañan a los niños:
“¿Por qué tan pequeñitos? ¡Van a romperlo todo!”. El interés evidente que
manifiestan los niños es entonces, con mucho, nuestra mejor arma para convencer
y la mejor respuesta.
La edad
adecuada para empezar a familiarizar a los niños con los libros y las historias
es cuando el bebé empieza a decir sus primeras palabras, sus primeras frases,
es
decir, cerca
de los diez meses y hasta los dos años (Bonnafé, 2008).
Cabe aclarar
que las experiencias que la autora relata en su libro comprenden a niños de
diferentes condiciones sociales y, creemos que, si bien no todos los niños de
nuestro país tienen acceso y la posibilidad de incorporarse a la educación
desde la más temprana edad, esta es una referencia de máxima que puede
servirnos…
¿QUÉ
SIGNIFICA UN LIBRO EN EL NIVEL INICIAL?
Significa,
más que un objeto con una textura y unos colores para ser manipulado por los
niños y las niñas, la compañía de un adulto; una voz que pronto estará lista
para contar historias, para dar información, para pensar el mundo poéticamente.
Significa riqueza de sonidos y silencios que adquieren nuevas jerarquías, ya
que provocan imágenes, despiertan sensaciones, abren incógnitas, dejando
preguntas que inquietan y que se resolverán o no, con la ayuda de otras voces.
Por eso los puentes siempre están en construcción. Un libro olvidado en los
gastados bolsilleros colgados de las paredes de la sala les está diciendo a los
niños y las niñas que no se molesten en acercarse a él. Así todo, siempre hay
un niño que lo busca y lo interroga. Y tampoco falta quien se acerca a un
adulto para pedir que se lo lea. Sin embargo no es ese el lugar ideal. Si ese
lugar existiera, tampoco sería la quietud de una biblioteca bajo llave en la
dirección o la preceptoría.
Entre esos
dos extremos, lo importante es ubicar al libro como un portador de historias,
de voces que quieren gritar, cantar o recitar que ahí está: para ser leído,
para ser deseado, para ser interrogado con pasión.
Los
niños del Nivel Inicial tienen una ventaja por sobre los demás niños del
sistema educativo, y es que, tal como lo menciona Geneviève Patte, son los
mejores lectores, pues “manifiestan espontáneamente una intuición muy acertada
de lo que se puede esperar de un libro […] saben muy bien que se trata de una
experiencia y no de una adquisición de objetos de conocimiento. Por lo tanto,
van a vivirla plenamente y a procurar que dure lo más que se pueda” (Patte,
2008).
Es
tarea fundamental del docente de esta etapa capitalizar esa fortaleza para introducir
a los niños y las niñas en el mundo de la lectura y la alfabetización, más allá
de que en sus hogares estén o no en contacto con los libros. La palabra
autorizada del docente, acompañada de una predisposición lectora y un hábito
cotidiano de vínculo
con
el libro, serán un modelo a seguir por los niños y las niñas en sus primeros
años
de
infancia. Siendo así, seguramente los docentes se detendrán a pensar de
antemano y reflexionarán respecto de cuáles serán aquellas colecciones que van
a formar parte de la biblioteca del jardín. Es en ese momento cuando comienza
la compleja tarea de la selección.
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