Durante
mucho tiempo, la lectura de la imagen ha sido relegada a un segundo plano, y no
contamos con un vocabulario ni con una conciencia tan desarrollada para
comprender las imágenes. Hoy en día, la
tecnología y los medios de comunicación han hecho sentir la presencia de la
imagen en nuestra sociedad hasta el punto en que ellas nos parecen un hecho
natural. Estamos tan inmersos en un
mundo visual, y el acto de ver nos parece tan cotidiano y evidente, que
pocas veces nos detenemos a analizar
“cómo vemos lo que vemos”. Tampoco solemos preguntarnos de qué manera está
estructurado lo que vemos y cómo ese orden nos permite comprender lo que está
ante nuestros ojos.
La verdad es que una imagen es como un mapa.
Presupone un territorio, pero no es el territorio. Es una posibilidad de la realidad, pero no la
realidad misma. La realidad, podríamos decir, es una suma inimaginable de
imágenes que no forman nunca una imagen completa, ya que la imagen no es aquello
que supuestamente muestra, sino que transmite un mensaje que debemos saber
interpretar para comprender a cabalidad
el uso y función que la imagen cumple en un determinado contexto. La necesidad
de una “alfabetización visual” se vuelve más imperiosa aún al considerar la
importancia que tiene este código en
nuestra cultura.
En el fondo, la imagen debe ser considerada
como un texto. En tanto que texto, la imagen debe entenderse como un conjunto de signos que
interactúan entre sí. ¿Cómo produce significado una imagen? ¿Cómo llegamos a comprender una
imagen?
Cuando vemos una imagen, sucede algo similar a
lo que sucede cuando nos enfrentamos a una
palabra. Si leemos la palabra “árbol”, y alguien nos pregunta: ¿qué es
eso?, nadie dirá que “eso” es un árbol, sino que dirá que es una palabra
escrita. Sin embargo, el poder de la imagen puede llegar a hacer que alguien olvide que se
encuentra frente a una “imagen de un árbol” y no ante un árbol real.
Algunos autores distinguen en la imagen dos
tipos de signos: los icónicos y los plásticos. Los signos icónicos son aquellos
que remiten a un referente reconocible. Los signos plásticos, en tanto, apuntan a aquellos elementos que conforman la imagen
sin que remitan a un referente relacionado con el conjunto de la imagen. Entre estos últimos,
encontramos elementos tan diversos como el color, la figura, la luz, la perspectiva, la
iluminación, el marco, etc1.
Si consideramos a la imagen como un texto que
puede ser leído, debemos asumir que es una composición intencional. En este
sentido, al interrogarnos sobre el por qué de la utilización de distintos recursos o signos, llegaremos a tener una
comprensión crítica de la imagen. ¿Por qué una imagen tiene mayor cantidad de
colores fríos que de colores cálidos? ¿Por qué la imagen está tan iluminada? ¿Por
qué se utiliza un trazo grueso y no delgado? ¿Por qué está configurada como si
estuviéramos mirando desde lejos una escena y no desde cerca?
La imagen es el resultado de una serie de
decisiones efectuadas por su creador, que al seleccionar algunos signos por
sobre otros configura un mensaje determinado. Como lectores, nuestra tarea es comprender
el porqué de la elección de un signo u otro y entender el fin que se busca
mediante su utilización.
Para leer la imagen, podemos recurrir a
nuestros conocimientos sobre la lectura de textos. Hay investigadores que
proponen acercarse a la lectura de imágenes estableciendo símiles con la
sintaxis lingüística. Así como en la frase puede haber un sujeto o un verbo,
también en la imagen podemos buscarlo, reconociendo la acción que está siendo
presentada y los actores implicados. Si en el lenguaje especificamos
información sobre el contexto de una situación determinada mediante adverbios,
en la imagen podemos buscar los elementos que cumplan una función análoga.
Un factor interesante de tener en cuenta a la
hora de leer la imagen es la utilización del color. Se suele decir que los
colores tienen cierto efecto emocional sobre quienes los observan. Es común,
por ejemplo, escuchar quejas sobre “los días grises”, mientras el verde de la
primavera parece alegrar a la mayoría. Por otro lado, el rojo nos parece estar
asociado a asuntos pasionales y el negro a la noche y al misterio. El blanco
está asociado a la pureza, el amarillo a la energía, y el verde a la fertilidad.
Si bien este tipo de asociaciones son frecuentes, se basan en paradigmas que
varían de una cultura a otra. Por ejemplo, hay países en los cuales el luto no
se expresa a través del negro, sino que con el blanco. En otros, el blanco es
el color con el cual se festeja la llegada de un nuevo año.
Es importante, pues, considerar que el
significado de los colores depende de varios factores. Por una parte, está el
gusto subjetivo por tal o cual color. Luego, está el significado cultural que
un color recibe. Sin embargo, no podemos contentarnos con una significación
fija del color, ya que éste, cuando se trata de una imagen, está inserto en un
conjunto de signos que hay que tomar en cuenta para comprender el verdadero
sentido de la utilización de ese color y no de otro.
El color no podría ser visto si no hay luz para
verlo, por este motivo, también es importante tener en cuenta la utilización de
la luz en la imagen. Una imagen que utiliza mucha luz para resaltar a un personaje
y poca luz para resaltar a otro está jerarquizando la información de la imagen.
Todos los procedimientos utilizados en la
composición de la imagen jerarquizan algunos elementos por sobre otros. El
trabajo de lectura de la imagen busca justamente restablecer este orden y comprender
cómo y para qué fue establecido en el marco de la imagen analizada.
Podemos imaginar que toda imagen ha sido vista
por un “ojo hipotético”. Quien crea un imagen –y en el caso del libro álbum
sería el ilustrador– “inventa” un ojo a través del cual produce un estilo visual.
Cuando leemos una imagen, es importante entender la especificidad de la mirada.
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