Estimados docentes y futuros docentes: Una muy querida
colega me acercó este valioso material y me pareció pertinente compartirlo con
ustedes… que lo disfruten y lo apliquen en la sala o el aula.. falta muy poco
para nuestro encuentro….
Artículo publicado: Revista Punto de
partida Año 1- Número 3 Mayo 2004
SOBRE
EL ARTE DE NARRAR
Por Juana La Rosa
Un maestro
que cuenta, y que sabe escuchar, “toca” con sus palabras. Sobre el oficio del narrador,
el efecto acariciante de los cuentos y la necesidad de imaginar.
En la propia naturaleza del hombre
está su necesidad y capacidad de imaginar y el cuento es su alimento. Cuando
este alimento falta porque no se comprendió en su verdadera dimensión la
necesidad de imaginar, fantasear y soñar que tiene un niño (lo que sería
equivalente a privarlo del juego), estamos condenándolo a la inmovilidad, a la
soledad. Si recordamos al niño que fuimos, si nos instalamos en el juego de
nuestra infancia, - diálogos con personajes imaginarios, creaciones de
historias dichas en voz baja -, seguramente descubriremos en ese mundo el valor
y el germen de nuestros sueños.
Dice Gastón Bachelard: “… los recuerdos personales, claros y a
menudo repetidos, nunca explicarán por completo por qué tiene tal atractivo,
tal valor de alma las ensoñaciones que nos vuelven a llevar hacia nuestra
infancia.
Al meditar el
niño que fuimos, más allá de toda historia de familia, después de haber
superado la zona de la pena, después de haber dispersado todos los espejismos
de la nostalgia, alcanzamos una infancia anónima, un puro hogar de la vida, de
vida primera, de vida humana primera. Y, volvamos a subrayarlo, esta vida está
en nosotros, queda en nosotros. Un sueño nos lleva a ella. El recuerdo se
limita a abrir otra vez la puerta del sueño.” (1).
Para el adulto,contar es una
posabilidad de abrir de nuevo la puerta de los sueños y habilitar al niño que
fuimos a jugar con ese niño que está delante de nosotros, expectante, ansioso
porque comencemos con el “había una vez…” Y cuando esto sucede ya se establece
elcódigo del “como si” a trave´s de la palabra, del gesto, de la mirada, que
envuelven al que escucha y al que narra. Y en este diálogo algo fuerte pasa.
La narración “ es fundamentalmente un acto de comunicación, donde se genera un
vínculo afectivo y una posibilidad de jugar ya que el que narra y el que
escucha entran en una complicidad, donde la historia es de verdad aunque no lo
sea. En ese juego y esa complicidad todo lo de alrededor se desdibuja y queda
la magia de la palabra dentro de un marco de silencio.” (2).
Siempre que volvemos a los cuentos de
nuestra infancia, surge el nombre de la persona que nos contaba y es ese
vínculo amoroso el que lo hace imborrable. Ya en el diálogo de un bebé con su
mamá se va creando la matriz sonora que lo impregna de esa música que es la
palabra. Esa fscinación de la voz que acuna, que adormece, reaparece en el
instante de la narración. Así como la voz es para el bebé un sonido pleno de
sentimientos y magia, también lo es en la narración de cuentos .Se abre un
canal de comunicación que es el que después posibilitará el diálogo, pero del
que no hay que esperar respuesta inmediata.
Esta magia muchas veces se pierde
dentro del aula porque la preocupación es tomar al cuento como una simple
herramienta para generar una actividad. Si el docente calma su ansiedad por una
producción como una respuesta aquí y ahora y se entrega a disfrutar “con” los
chicos, abrirá un espacio creativo; de lo contrario estará controlando lo que
surge, tratando de conducirlo hacia una producción que no responde a los
intereses del grupo. Si tiene paciencia y presta verdadera atención, verá cómo
todo ese imaginario que se desplegó a la hora del cuento se colará en otras
actividades sin necesidad de sugerir nada.
El oficio del narrador
En el momento del relato debe haber un
silencio interno tanto para el emisor como para el receptor, que da lugar al
espacio del cuento. Ambos están entregados, las palabras van desplegando
imágenes y creando un escenario donde se cruzan los personajes delante de los
espectadores. Si alguien altera ese silencio, la magia se quiebar como por obra
de un encantamiento. Hacer silencio es un hábito no ejercitado con frecuencia
por los adultos, sobre todo el silencio que respeta y construye la palabra del
otro.
Recuerdo que una vez debía narrar a
chicos de 3 años. Se dio un juego espontánel con las palabras y uno de los
nenes dijo que quería contar. Entonces le propuse que cambiaramos de lugar : yo
fui al lugar que él tenía en la ronda y él al mío, que era el de contar, y
cuando empezó con su narración, su maestra lo interrumpió: ¿Por qué en lugar de
… no contás …? El nene empezó a balbucear, cambió la expresión alegre de su
cara y regresó a su lugar. La maestra, sin querer, se había sentado fuera de la
ronda, en una situación de control. Desde el incio de la actividad no se
entregó al juego. No “escucho” cuáles eran los verdaderos intereses que iban
surgiendo y quiso imponer el suyo. Quebró la magia.
Después descubrí que uno puede quedar
adentro o afuera de ese círculo mágico, y que si uno se sienta afuera de él lo
más probable es que inevitablemete controle.
El arte de escuchar
Si bien en el contar se va ejerciendo
el hábito de escuchar, el primero que tiene que tenr incorporada esta capacidad
es el prio narrador.
El silencio da miedo; se lo relaciona
con la ociosidad. Al espacio vacío hay que llenarlo inmediatamente con
palabras; el que más habla gana el espacio rápidamente. Entonces la palabra
empieza a desgastarse, a perder su valor, su sentido.
Ejercitar el hábito de escuchar,
respetar la palabra del otro, es un buen objetivo. No sólo se escucha con los
oídos sino con todo el cuerpo. Es bueno que el docente sea el primero en
ejercitar ese objetivo; para ser un buen narrador se requiere un oído muy
afinada, vista de lince, y no querer llenar todo el tiempo los espacios vacíos.
En música existe una serie de signos
para representar los sonidos, y entre ellos hay uno para representar el
silencio. El silencio forma parte de la escritura musical.
El silencio puede ser un compás de
espera: escucho o pienso y espero para hablar y ser escuchado. Entonces la
música de las palabras es armonía. Si sólo puedo hablar sin escuchar ni mirar o
si sólo puedo hacer silencio, es decir mirarme a mí mismo, si sólo yo me
escucho, la música estará incompleta.
Si se crea el espacio del silencio en
una ronda, donde cada uno pueda escucharse, entonces el espacio para contar
(desde historias personales hasta cuentos) cobra una importancia que vas más
allá de las palabras: es comunicación, vínculo afectivo, es soñar e imaginar
con los otros.
En el espacio del silencio, la palabra
tendrá otro valor. Nos permite volvernos mejores críticos literarios y abre el
espacio de la lectura, compartida o a solas.
Centro de ese espacio, el contador va
dibujando un círculo mágico donde tanto él como los que escuchan se entregan a
un juego y el cuento empieza a llenar ese espacio.
“El espacio del silencio”: una propuesta de trabajo
Desde pequeña siempre me gustó
escuchar y prestar atención a los relatos de ficción o de la vida real. Luego,
como docente, concentré mi atención en aquellos que nuncan hablaban y en
aquellos que siempre tenían algo que decir y comencé a realizar juegos en ronda
que me permitieran conocer un poco más de cada uno y me di cuenta de que a
veces algunos chicos no hablaban por timidez, o por no tener nada que decir, o
porque cada uno tiene su tiempo para elaborar sus ideas.
Mi preocupación – que cada uno tuviera
su voz – me llevó a redoblar mi atención y mi escucha con todos y la escucha de
los alumnos entre sí.
Y así surgió el espacio del silencio.
Ejercitar un silencio interno permitía
la valoración de la palabra. Y fui instalando dentro de la actividad del taller
literario, una ronda previa a la actividad, donde cada uno podía contar lo que
quería. Ese espacio de escucha permitió generar confianza entre los integrantes
y valoración de la palbra de cada uno. La palabra rotaba, y en el caso de no
querer hablar, cada participante disponía de un tiempo de silencio. Así algunos
chicos podían pensar con tranquilidad qué querían contar y los que no querían
hablar tenían su espacio de silencio que ningún otro podía ocupar. Ejercité mi
escucha y mi actitud paciente al aprender a aplacar mi ansiedad ante el vacio
porque no sucedía nada y sin embargo sucedía mucho.
Compartiendo la experiencia
Comencé esta experiencia de “el espacio del silencio” en el año 1988
con niños de siete a doce años y adolescentes de catorce y quince años. En un
encuentro, Carolina, una adloscente de quince años comentó: “qué importante es tener un espacio para
decir lo que uno piensa sin que nadie te haga preguntas; valoré la palabra pero
sobre todo el silencio”.
En 1991 trasladé estos talleres a los
Cursos de Capacitación Docente y desde 1994 los incorporé en el asesoramiento a
los docentes de varios jardines de infantes. En los jardines, la palabra fue la
protagonista que atravesó todas las actividades que planificaban para los
chicos – plástica, expresión corporal, música – aunque, paradójicamente, yo
había llamado al proyecto “El espacio del
silencio”
Sugerencia para “El espacio del silencio”
Maestra que escucha, en estado de
alerta. (Se recomienda llevar un pequeño anotador para registrar). Las maestras
jardineras están habituadas a crear rondas, pero a veces éstas se transforman
en un hábito rutinario. Propongo crear en ellas un espacio de juego con la
palabra y el silencio:
- Estar atentos a los comentarios de los niños, que siempre son muy buen material para conocerlos y abrir posibilidades de exploración en su lenguaje y sus intereses. Tomar registro de sus conversaciones, detectar lo que piensan sobre determinados temas.
- Crear un personaje imaginario o un títere que vaya acompañándolos en la ronda, cada vez que les toca su turno para hablar o para hacer silencio. Este personaje puede acompañarlos cada vez que se narre un cuento; es importante crear la escena, es decir que ante el cuento se instale la magia. El misterio de lo que va a suceder siempre capta la atención y también el humor. La poesía del absurdo, los trabalenguas, son buenos juegos que preparan a los maestros y a los chicos para instalar la comunicación.
- Crear el grupo de los chicos cuenteros: así como en la ronda cada uno cuenta situaciones cotidianas, también se puede abrir el espacio de narrar ficción, en forma individual. Puede ser el relato del libro que sacó de la biblioteca y le leyeron en su casa, o también puede ser de su invención.
- Crear una historia en grupo, con registro de la maestra.
- Armar una caja donde se guarden poesías y canciones de la tradición oral que les transmitan en sus casas. Esto permitirá una revalorización del matertial literario que trae cada niño, un acercamiento entre el niño y sus papás, una presencia a través del material de la familia en la escuela.¿Cómo?. Toda vez que se pueda crear en algún momento del dí un espacio para el juego con la poesía donde no falte el misterio.
- Armar una caja donde se guarden breves relatos: anécdotas de juegos de los papás cuando eran chicos; anécdotas de cuando ellos eran más chiquitos. Esto cumple el mismo objetivo que el punto anterior. Siempre es recomendable que la maestra tambien se incluya en esta propuesta e incluya algún relato.
- Dibujar personajes en pequeños hojitas, con los que luego se juegue a crear historias.
- Armar cajas con palabras: 1) feas; 2) largas; 3) maravillosas; 4) lindísimas. Luego jugar a sacar palabras con las que se creará una historia.
Una
reflexión final
Nochebuena
Cuenta Eduardo Galeano en
el Libro de los abrazos (3) que Fernando
Silva dirige el Hospital de niños, en Managua. Fernando no es cualquier médico,
dice Galeano, porque él cuenta con todo el cuerpo, y no sólo con palabras, y
puede convertirse en otra gente o en bicho volador, o en lo que sea, y como
médico para curar prefiere las hierbas antes que las pastillas, pero antes que
las hierbas él prefiere su propia mano porque él cura tocando y contando, que
es otra manera de curar.
Una vez, en víspera de
Navidad, se quedó trabajando hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes y
empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo cuando Fernando decidió
marcharse. En su casa lo esperaban para festejar.
Hizo una última recorrida
por las salas, viendo si todo quedaba en orden, y en eso estaba cuando sintió
que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón: se volvió y descubrió que uno
de los enfermitos le andaba atrás. En la penumbra lo reconoció su cara ya
marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso.
Fernando se acercó y el
niño lo rozó con la mano:
-
Decile
a … - susurró el niño. – decile a alguien que yo estoy aquí -.
Cada vez que leo este
relato no puedo dejar de conmoverme. Un niño solo, esperando la muerte que no
es ficción y adulto capaz de tocar con sus palabras.
Cuando una tarde Eva (no la
de Adán) preguntó a sus alumnos: -¿ y ustedes saben qué es un cuento? -, dos
pequeños grandes filósofos de 3 años contestaron. Uno dijo: “es como soñar”, y otro dijo: “ es como la vida”, mientras el resto
preparaba el teatro de los cuentos, que consistía en poner sillas como en el
tearo y luego uno de ellos leía o contaba.
Y sí, es como soñar, es
como mantener los sueños vivos, los propios y los ajenos. En ese encuentro
entre el sueño del que narra y el del que
escucha surge un relato que empieza a cobrar vida, toma cuerpo y se
instala en otra dimensión como si ambos se trasladaran en una misma alfombra
mágica.
Pero este acto tan obvio,
tan humano, como es el de abrazar con un cuento, a veces es difícil de
sostener, pero no porque a los chicos no les interese escuchar cuentos, sino
porque no terminamos de comprender ese acto mágico ni el territorio de la
infancia, y a veces, o muchas veces, nuestra cabeza no puede dejar de
conectarse con la realidad, - la nuestra, no la delos chicos-, y entonces nos
estrellamos con la alfombra mágica.
Un maestro que cuenta, y
que sabe escuchar, “toca” con sus palabras. Un maestro que sabe escuchar, que
está atento a lo que sucede, es un maestro creativo que puede conducir
fluidamente la actividad, desarrollando la curiosidad, el interés por buscar.
En su silencio da
confianza, todo el cuerpo se compromete pàra entregar y recibir, su silencio
contiene. El cuerpo todo escucha al otro y entonces el otro siente que su
palabra tiene peso, que es escuchado y mirado con la mirada del alma.
Referencias
bibliográficas
(1) BACHELARD,
Gastón (1993): La poética de la ensoñación. Fondo de Cultura Económica, México.
(2) LA ROSA,Juana
(1992): “La narración como vínculo y complicidad”, en Con este sí con este no.
Compilado por Ruth Mehl. Ediciones Colihue, Buenos Aires.
(3) GALEANO,
Eduardo (1989): El libro de los abrazos. Editorial Catálogos, Buenos Aires.
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Juana La Rosa , es Narradora Oral. Premio
Pregonero a Narrador Oral 1997. profesora del Curso de Capacitación Docente en
Educación por el Arte y Asesora literaria de los Jardines de Infantes del
Instituto Vocacional de Arte. Integra la Comisión Organizadora
de los Encuentros Internacionales de Narración Oral. Narra en el Museo de Arte
Español Enrique Larreta, en el ciclo “La palbra como arte: visita guiada y
cuentos”. Dicta talleres de cpacitación docente en nuestro país y participó en
Festivales de Narración Oral en España, Chile, Colombia, México y Cuba.
Artículo publicado: Revista Punto de
partida Año 1- Número 3 Mayo 2004
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