A esta edad les encanta descubrir el mundo de los CUENTOPOS DE GULULÚ de M.E. Walsh, o las historias de Gustavo Roldán tales como “El monte era una fiesta”, también se divierten de la mano de Ricardo Mariño (“Cuento con ogro y princesa” y desde luego con E. Wolf – “Silencio niños y otros cuentos” También les gusta mucho Laura Devetach “La torre de cubos” y hasta podemos probar con las desopilantes conversaciones de los “Señores Moc y Poc" de Pescetti. También se sienten muy atraídos por las leyendas y las breves historias de aventuras. Nunca nos debemos olvidar de los cuentos tradicionales y de los cuentos folclóricos que suelen ser sencillos y han permaneciido a través del tiempo. Estrategias como una mesa de libros que les permita manipular el material y elegirlo no deberían faltar en la sala. Una ronda de intercambio para que todos puedan expresar qué les pasó frente a ese texto en particular.
En sala de
cinco podemos trabajar la novela. Aquí les dejamos dos bellas historias para
compartir. Recuerden siempre que la Revista Imaginaria
tiene muy buen material y desde luego recurran a la antología de la cursada.. ¡Ah
y no se olviden de trabajar el libro álbum!!!! Mucha suerte!!!! Estela Quiroga
Monigote en la arena
Extraído, con
autorización de su autora y sus editores, del libro Monigote en la arena (Buenos Aires, Ediciones Colihue,
1984. Colección Libros del Malabarista).
FUENTE REVISTA VIRTUAL
IMAGINARIA
La arena estaba tibia
y jugaba a cambiar de colores cuando la soplaba el viento. Laurita apoyó la
cara sobre un montoncito y le dijo:
—Por ser tan linda y
amarilla te voy a dejar un regalo —y con la punta del dedo dibujó un monigote
de seda y se fue.
Monigote quedó solo,
muy sorprendido. Oyó como cantaban el agua y el viento. Vio las nubes
acomodándose una al lado de la otra para formar cuadros pintados. Vio las
mariposas azules que cerraban las alas y se ponían a dormir sobre los
caracoles.
—Hola —dijo monigote,
y su voz sonó como una castañuela de arena.
El agua lo oyó y se
puso a mirarlo encantada.
—Glubi glubi, monigote
en la arena es cosa que dura poco —dijo preocupada y dio dos pasos hacia atrás
para no mojarlo—. ¡Qué monigote más lindo, tenemos que cuidarte!
—¿Qué? ¿Es que puede
pasarme algo malo? —preguntó monigote tirándose de los botones como hacía
cuando se ponía nervioso.
—Glubi glubi, monigote
en la arena es cosa que dura poco —repitió el agua, y se fue a a avisar a las
nubes que había un nuevo amigo pero que se podía borrar.
—Flu flu —cantaron las
nubes—, monigote en la arena es cosa que dura poco. Vamos a preguntar a las
hojas voladoras cómo podemos cuidarlo.
Monigote seguía
tirándose los botones y estaba tan preocupado que ni siquiera probó los
caramelitos de flor de durazno que le ofrecieron las hormigas.
—Crucri crucri
—cantaron las hojas voladoras—. Monigote en la arena es cosa que dura poco.
¿Qué podemos hacer para que no se borre?
El agua tendió lejos
su cama de burbujas para no mojarlo. Las nubes se fueron hasta la esquina para
no rozarlo. Las hojas no hicieron ronda. La lluvia no llovió. Las hormigas
hicieron otros caminos.
Monigote se sintió
solo solo solo.
—No puede ser —decía
con su vocecita de castañuela de arena—, todos me quieren pero porque me
quieren se van. Así no me gusta.
Hizo "cla cla
cla" para llamar a las hojas voladoras.
—No quiero estar solo
—les dijo—, no puedo vivir lejos de los demás, con tanto miedo. Soy un monigote
de arena. Juguemos, y si me borro, por lo menos me borraré jugando.
—Crucri crucri
—dijeron las hojas voladoras sin saber qué hacer.
Pero en eso llegó el
viento y armó un remolino.
—¿Un monigote de
arena? —silbó con alegría—. Monigote en la arena es cosa que dura poco. Tenemos
que hacerlo jugar.
"Cla cla
cla", hizo monigote porque el remolino era como una calesita.
Las hojas voladoras se
colgaron del viento para dar vueltas.
El agua se acercó
tocando su piano de burbujas.
Las nubes bajaron un
poquito, enhebradas en rayos de sol.
Monigote jugó y jugó
en medio de la ronda dorada, y rió hasta el cielo con su voz de castañuela.
Y
mientras se borraba siguió riendo, hasta que toda la arena fue una risa que
juega a cambiar de colores cuando la sopla el viento.
La
cueva del caimán
Parece que cuando Dios
hizo la tierra estuvo tan ocupado creando los árboles, los ríos, y las enormes
montañas que se volvió al cielo sin dejar el fuego a los hombres. Cuando se dio
cuenta de su olvido bajó en plena noche a traerlo y al único que encontró
despierto fue al caimán.
—Te dejo el fuego para
que por la mañana lo compartas con los hombres. Así podrán cocinar la comida y
calentarse en el invierno —le dijo Dios y desapareció.
Al caimán el fuego le
pareció el mejor de los tesoros pero, ¿por qué compartirlo así nomás? Los
hombres no eran generosos con él. Siempre lo andaban molestando y nunca
compartían su comida. El caimán pasó toda la noche pensando qué hacer. No se
animaba a ignorar la palabra de Dios y tampoco quería desperdiciar la
oportunidad de pedir algo a cambio del fuego.
Al día siguiente el
caimán le dijo a los hombres que Dios le había confiado algo mágico para
cocinar la comida y que estaba dispuesto a compartirlo si ellos estaban de
acuerdo en ofrecerle parte de lo que cazaban. Entonces les propuso que dejaran
la carne al pie de la montaña y él se encargaría de cocinarla a cambio de su
ración diaria de comida. Los hombres lo hicieron un día para probar el sabor y
tanto les gustó la comida cocida que aceptaron lo que les proponía el caimán.
Y así fue. El caimán
tenía su alimento asegurado y lo único que hacía era cocinar la carne por la
noche en su cueva. El resto del día andaba tomando sol recostado en las piedras
y agradeciendo la buena idea que había tenido.
Pero la historia no
termina aquí.
Una tarde, un joven de
la tribu llamado Imá acompañó a su padre para aprender los secretos de la caza
y corriendo detrás de una gallineta azul del monte se alejo demasiado y se
perdió.
Caminó Imá por la
ladera de la montaña y buscando el camino de regreso encontró una cueva y como
era un muchacho curioso entró. Hacía mucho calor allí y había un olor extraño.
La tierra de la cueva era muy negra y cuando Imá la tocó para llevarse la mano
a la nariz pudo comprobar que el olor estaba guardado allí.
Salió Imá de la cueva
y luego de caminar otro rato escuchó la voz de su padre que lo llamaba desde
lejos. Después del reencuentro, el padre le preguntó por qué tenía las manos y
la cara manchadas de negro; Imá le contó del extraño olor que salía de esa
cueva.
—Debe ser la cueva del
caimán —dijo el indio anciano al enterarse de la aventura de Imá—. ¿No estaba
el fuego allí?
Al día siguiente
partieron varios hombres para que Imá los guiara hasta la cueva del caimán. Al
encontrarla los hombres tocaron la tierra negra y sintieron el calor que
todavía guardaba de la fogata en la que el caimán había asado la comida.
—Si el fuego no esta
aquí, ¿dónde lo guarda el caimán? —se preguntaban todos en la tribu.
—En la boca —dijo el
viejo sabio—. El único lugar en el que el caimán puede guardar el fuego durante
el día es en la boca.
En cuanto dijo esto
todos pensaron en robarle al animal su preciado secreto.
A los pocos días
organizaron una fiesta para todos los animales. Cada uno haría su gracia con la
intención de lograr que el caimán se riera a carcajadas y cuando tuviera su
boca bien abierta intentarían robarle el fuego.
El caimán llegó
desconfiando de la invitación. Nunca los hombres lo incluían en sus fiestas y
sabía bien que era porque le envidiaban el fuego.
Al llegar vio que
estaban todos los animales del monte. Pero el caimán entró serio y con la boca
bien cerrada, saludando a regañadientes.
El primer número lo
hizo la serpiente. Bailó sobre un tronco enredándose al compás de los tambores
y simuló atarse en un nudo del que parecía no poder salir. Los animales
aplaudían y reían a carcajadas. El caimán se mantuvo serio y aburrido.
Después la gallineta
bailó haciendo girar su cuello como un trompo. Era gracioso ver cómo el pico le
quedaba para atrás y volvía girando rapidisimo. Los animales aplaudían y
silbaban Pero el caimán apenas se sonrió.
En el tercer número
apareció la tortuga sacando muy larga la cabeza de su caparazón y volviéndola a
entrar hasta desaparecer. Quedaba graciosa ya que cuando la cabeza llegaba bien
afuera simulaba un estornudo y después se replegaba otra vez hasta esconderse.
Todos los animales se reían y el caimán sonrió un poco más confiado.
De todos los animales
el que estuvo más gracioso fue el zorro de orejas chicas.
—Auuuuuu-hip-auuuuuu-hip
—el zorro aullaba con hipo y esto hacía que el aullido saliera entrecortado y
agudo. Los demás animales se agarraban la panza con las manos de tanta risa y
el caimán abrió tanto la boca para reírse que un poco de fuego se le escapó.
Entonces el pájaro tijera, que estaba muy atento, dio un vuelo rápido por
arriba del caimán y le robó una llama.
Allí se terminó la
fiesta para el caimán. Ofendido y enojado se fue a su cueva para avivar el poco
fuego que le había quedado entre los dientes mientras el pájaro tijera, los
otros animales y los hombres continuaron el festejo por primera vez iluminados
por el fuego.
Desde ese día el
caimán tiene que buscar su propia comida y los hombres disfrutan de sabrosos
manjares.
Esta historia la
cuentan los Sanema-yanoama, una tribu que habita al sur del estado de Bolívar
(Venezuela) y sudeste del territorio Amazonas (al norte de Brasil). La espesura
de la selva evitó que el hombre blanco modificara su cultura. Tal es así que
aún continúan con sus ritos. Uno de ellos es la ingestión de las cenizas de los
muertos, ya que creen que los huesos encierran mucha energía. Se saludan con
puñetazos en el esternón para hacer alarde del vigor y esplendor vital.
En cuanto a las
matemáticas, se las arreglan de manera sencilla ya que sólo conocen dos
números, el uno y el dos, y todo lo demás es solamente "más de dos" o
"varios" o "muchos".
Los ancianos son muy
respetados y los cuidan a pesar de que no estén capacitados para su propio
mantenimiento.
Sus principales
actividades para sostenerse son la caza y la pesca.
Encontramos esta
historia en revista Antropológica N° 22, 1968, órgano del
Instituto Caribe de Antropología y Sociología, Caracas. Venezuela.
Esta leyenda fue
extraída, con autorización de los autores y los editores, del libro El origen del fuego, de
Margarita Mainé y Héctor Barreiro (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2001.
Colección Cuentamérica).
Margarita Mainé es escritora y docente. Publicó varios libros para niños y
jóvenes.
Un amplio informe
sobre trayectoria y su obra se puede encontrar
en la sección "Autores" de Imaginaria, esta dirección: http://www.imaginaria.com.ar/08/6/maine.htm
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