¿Cómo se trabaja en lactario?
En el Jardín Maternal, en
general y en el lactario en particular, el trabajo está organizado por parejas
pedagógicas. Así llamamos, a estas dos docentes que comparten un mismo espacio
físico, los mismos materiales y hasta las/os alumnas/os. Esta compañía
constante puede resultar un alivio en la tarea o una carga, por lo que merece
ser considerada de modo singular. Por un lado, la presencia de un adulto con el
que conversar cuando las/os Niñas/os no lo hacen puede resultar una tentación
permanente. Sin embargo, en las salas debe estar tanto presente el sonido cálido y contenedor de
la voz del maestro/a, como la capacidad de los docentes para escuchar y estar muy atentos a los inicios de la
expresión oral de los pequeños. No deberían faltar, en ocasiones melodías que se transformen
en un estímulo sonoro que no se olvidará. De ninguna manera estará presente la
radio como cortina con la que se pretenda dar cuenta de que en esa sala pasan
cosas. La radio como sonido constante en las salas muchas veces está `presente
porque se confía en que la maestra puede superar con su voz ese sonido,
lográndose así cierta clima “familiar”. Lo que en realidad ocurre es que se
habla superando ese sonido: fuerte, generando ambientes en los que se hace
difícil sostener la tarea con serenidad.
El desempeño docente en
cualquiera de las secciones, se constituye por
distintos momentos que
implica la planificación o anticipación, el desarrollo de la tarea y la
evaluación de esta. Recordemos que la planificación debe ser muy FLEXIBLE y que lo más importante es atender las necesidades de los chicos.
¿Debo dejar llorar a los bebés, porque después de todo ya se les pasará?
Antes de responder a esta pregunta les sugiero leer el siguiente artículo:
Declaración sobre el llanto de los bebés.
Hombres y mujeres, científicas y profesionales que trabajamos en distintos campos de la vida y del conocimiento, madres y padres preocupados por el mundo en el que nuestros hijos e hijas van a crecer, hemos creído necesario hacer la siguiente declaración:
Es cierto que es frecuente que los bebés de nuestra sociedad Occidental lloren, pero no es cierto que 'sea normal'. Los bebés lloran siempre por algo que les produce malestar: sueño, miedo, hambre, o el más frecuente, y que suele ser causa de los anteriores, la falta del contacto físico con su madre u otras personas del entorno afectivo.
El llanto es el único mecanismo que los bebés tienen para hacernos llegar su sensación de malestar, sea cual sea la razón del mismo; en sus expectativas, en su continuum filogenético no está previsto que ese llanto no sea atendido, pues no tienen otro medio de avisar sobre el malestar que sienten ni pueden por sí mismos tomar las medidas para solventarlo.
El cuerpo del bebé recién nacido está diseñado para tener en el regazo materno todo cuanto necesita, para sobrevivir y para sentirse bien: alimento, calor, apego; por esta razón no tiene noción de la espera, ya que estando en el lugar que le corresponde, tiene a su alcance todo cuanto necesita; el bebé criado en el cuerpo a cuerpo con la madre desconoce la sensación de necesidad, de hambre, de frío, de soledad, y no llora nunca. Como dice la norteamericana Jean Liedloff, en su obra The Continuum Concept, el lugar del bebé no es la cuna ni la sillita ni el cochecito, sino el regazo humano. Esto es cierto durante el primer año de vida; y los dos primeros meses de forma casi exclusiva (por eso la antigua famosa 'cuarentena' de las recién paridas); luego, los regazos de otros cuerpos del entorno pueden ser sustitutivos algunos ratos. El propio desarrollo del bebé indica el fin del periodo simbiótico: cuando se termina la osificación y el bebé empieza a andar: entonces empieza poco a poco a hacerse autónomo y a deshacerse el estado simbiótico.
La verdad es obvia, sencilla y evidente.
El bebé lactante toma la leche idónea para su sistema digestivo y además puede regular su composición con la duración de las tetadas, con lo cual el bebé criado en el regazo de la madre no suele tener problemas digestivos.
Cuando la criatura llora y no se le atiende, llora con más y más desesperación porque está sufriendo. Hay psicólogos que aseguran que cuando se deja sin atender el llanto de un bebé más de tres minutos, algo profundo se quiebra en la integridad de la criatura, así como la confianza en su entorno.
Los padres, aunque nos han educado en la creencia de que 'es normal que los niños lloren' y que 'hay que dejarles llorar para que se acostumbren', y por ello estamos especialmente insensibilizados para que su llanto no nos afecte, a veces no somos capaces de tolerarlo. Como es natural si estamos un poco cerca de ellos, sentimos su sufrimiento y lo sentimos como un sufrimiento propio. Se nos revuelven las entrañas y no podemos consentir su dolor. No estamos del todo deshumanizadas. Por eso los métodos conductistas proponen ir poco a poco, para cada día aguantar un poquito más ese sufrimiento mutuo. Esto tiene un nombre común, que es la ‘administración de la tortura’, pues es una verdadera tortura la que infligimos a los bebés cuando hacemos ésto, y nos infligimos a nosotras mismas, por mucho que se disfrace de norma pedagógica o pediátrica.
Varios científicos estadounidenses y canadiense (biólogos, neurólogos, psiquiatras, etc.), en la década de los noventa, realizaron diferentes investigaciones de gran importancia en relación a la etapa primal de la vida humana; demostraron que el roce piel con piel, cuerpo a cuerpo, del bebé con su madre y demás allegados, produce unos moduladores químicos necesarios necesarios para la formación de las neuronas y del sistema inmunológico; en fin, que la carencia de afecto corporal trastorna el desarrollo normal de las criaturas humanas. Por eso los bebés, cuando se les deja dormir sol@s en sus cunas, lloran reclamando lo que su naturaleza sabe que les pertenece.
En Occidente se ha creado en los últimos 50 años una cultura y unos hábitos, impulsados por las multinacionales del sector, que elimina este cuerpo a cuerpo de la madre con la criatura y deshumaniza la crianza: al sustituir la piel por el plástico y la leche humana por la leche artificial, se separa más y más a la criatura de su madre. Incluso se han fabricado modelos de walkyes talkys especiales para escuchar al bebé desde habitaciones alejadas de la suya. El desarrollo industrial y tecnológico no se ha puesto al servicio de las pequeñas criaturas humanas, llegando la robotización de las funciones maternas a extremos insospechados.
Simultáneamente a esta cultura de la crianza de los bebés, se medicaliza cada vez más la maternidad de las mujeres; lo que tendría que ser una etapa gozosa de nuestra vida sexual, se convierte en una penosa enfermedad. Entregadas a los protocolos médicos, las mujeres adormecemos la sensibilidad y el contacto con nuestros cuerpos, y nos perdemos una parte de nuestra sexualidad: el placer de la gestación, del parto y de la exterogestación, lactancia incluida. Paralelamente las mujeres hemos accedido a un mundo laboral y profesional masculino, hecho por los hombres y para los hombres, y que por tanto excluye la maternidad; por eso la maternidad en la sociedad industrializada ha quedado encerrada en el ámbito privado y doméstico. Sin embargo, durante milenios la mujer ha realizado sus tareas y sus actividades con sus criaturas colgadas de sus cuerpos, como todavía sucede en las sociedades no occidentalizadas. La imagen de la mujer con su criatura tiene que volver a los escenarios públicos, laborales y profesionales, so pena de destruir el futuro del desarrollo humano.
A corto plazo parece que el modelo de crianza robotizado no es dañino, que no pasa nada, que las criaturas sobreviven; pero científicos como Michel Odent (1999 y www.primal-health.org), apoyándose en diversos estudios epidemiológicos, han demostrado la relación directa entre diferentes aspectos de esta robotización y enfermedades que sobrevienen en la edad adulta. Por otro lado, la violencia creciente en todos los ámbitos tanto públicos como privados, como han demostrado los estudios de la psicóloga suizo-alemana Alice Miller (1980) y del neurofisiólogo estadounidense James W. Prescott (1975), por citar sólo dos nombres, también procede del mal trato y de la falta de placer corporal en la etapa primera de la vida humana. También hay estudios que demuestran la correlación entre la adicción a las drogas y los trastornos mentales, con agresiones y abandonos sufridos en la etapa primal. Por eso los bebés lloran cuando les falta lo que se les quita; ell@s saben lo que necesitan, lo que les correspondería en ese momento de sus vidas.
Deberíamos sentir un profundo respeto y reconocimiento hacia el llanto de los bebés, y pensar humildemente que no lloran porque sí, o mucho menos, porque son malos. Ellas y ellos nos enseñan lo que estamos haciendo mal.
También deberíamos reconocer lo que sentimos en nuestras entrañas cuando un bebé llora; porque pueden confundir la mente, pero es más difícil confundir la percepción visceral. El sitio del bebé es nuestro regazo: en esta cuestión, el bebé y nuestras entrañas están de acuerdo, y ambos tienen sus razones.
No es cierto que el co-lecho (la práctica de que los bebés duerman con sus padres) sea un factor de riesgo para el fenómeno conocido como ‘muerte súbita’. Según The Foundation for the Study of Infant Deaths, la mayoría de los fallecimientos por ‘muerte súbita’ se producen en la cuna. Estadísticamente, por lo tanto, es más seguro para el bebé dormir en la cama con sus padres que dormir solo (Angel Alvarez www.primal.es).
Por todo lo que hemos expuesto, queremos expresar nuestra gran preocupación ante la difusión del método propuesto por el neurólogo E. Estivill en su libro Duérmete Niño (basado a su vez en el método Ferber divulgado en Estados Unidos), para fomentar y ejercitar la tolerancia de los padres al llanto de sus bebés; se trata de un conductismo especialmente radical y especialmente nocivo teniendo en cuenta que el bebé está aún en una etapa de formación. No es un método para tratar los trastornos del sueño, como a veces se presenta, sino para someter la vida humana en su más temprana edad. Las gravísimas consecuencias de este método, han empezado ya a ponerse de manifiesto.
Necesitamos una cultura y una ciencia para una crianza acorde con nuestra naturaleza humana, porque no somos robots, sino seres humanos que sentimos y nos estremecemos cuando nos falta el cuerpo a cuerpo con nuestros mayores. Para contribuir a ello, para que tu hijo o tu hija deje de sufrir YA, y si te sientes mal cuando escuchas llorar a tu bebé, hazte caso, cógele en brazos para sentirle y sentir lo que está pidiendo; posiblemente sólo sea eso lo que quiere y necesita, el contacto con tu cuerpo. No se lo niegues.
Cuando un recién nacido aprende en una sala de nido que es inútil gritar... está sufriendo su primera experiencia de sumisión. (Michel Odent)
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¿CÓMO TRABAJAR LAS
PRÁCTICAS DEL LENGUAJE EN UNA SALA DE DOS?
La sala de dos es la
sala del movimiento; es la sala en la que se mueven,
caminan, prueban
todo el tiempo como ese cuerpo que están descubriendo como propio les permite
expresarse.
Es además la sala en
la que no pueden faltar elementos que propicien la expresión verbal. Ya sean
teléfonos, como títeres, por nombrar los más usados. Es importante que el
docente les habilite escenarios para conversar entre ellos, que tengan casitas
para estar adentro, hechas con sábanas o de las compradas. Es importante que el
docente sea respetuoso cuando no le permiten participar de una actividad.
La sala de dos años
es la sala de los grandes cambios par las/os niñas/os y sus familias. Resulta
fundamental que el docente comprenda esto
cuando se relaciona con las familias. Es a esta edad cuando las familias
pierden a sus bebés y asumen al niño o niña como tal, independiente, autónomo,
sujeto de cuidado y de autonomía, oscilando entre el “yo puedo” y el llamado
angustioso por ayuda. Es necesario que el docente esté atento a ello, ya que no
siempre es sencillo este tránsito al mismo tiempo que inevitable. El Jardín
suele ser el espejo en el que la familia ve como está educando a su pequeño y
es la maestra, la con sus gestos, sus palabras, sus relatos quien lo confirma
permanentemente sin duda la tarea de enseñar a
niñas y niños tan pequeños es un gran desafío y un placer inmenso.
Los niños llegan al jardín hablando o comenzando a
hablar su lengua materna, la lengua de los afectos, la de los primeros
intercambios familiares, lengua que les da identidad social y cultural. En la
sala pueden encontrarse con compañeritos de otras regiones que hablan diferentes formas
del castellano o que hablan otras
lenguas, ya que nuestro país es cada vez más
multilingüe. Además en la sala se usan diversas variedades lingüísticas
y diferentes registros de una misma lengua. Hay registros formales e
informales, hablados o escritos, científicos, periodísticos, entre otros, que
se presentan como el resultado de
selecciones hechas por el hablante o el escritor, determinada por la
situación de comunicación por ejemplo, el uso de los pronombres personales, vos
(informal- expresa que hay poca distancia, mayor conocimiento entre los
participantes), usted (formal) o de formas coloquiales, como los pedidos
“pis” o “quiero pis” (de uso familiar) a “voy al baño” (de uso más formal).
También los niños están en contacto con variedades dialectales, por ejemplo, el
uso de pibe, gurí, nene, viejita, por nombrar algunos, y de diversos registros expresados en los medios
de comunicación y de la escucha de la lectura de diferentes textos. Las experiencias en el jardín les
permitirán descubrir que se habla diferente con su docente y sus compañeros que
cuando entrevistan a un especialista sobre un tema que están investigando.
Los niños llegan a la escolaridad con prácticas
diferentes con el lenguaje, producto de su historia familiar y social, de la
posibilidad de participar en conversaciones, en intercambios con otros
chicos, con hermanos mayores; de haber escuchado relatos de historias; de tener
acceso o no a la información y a la recreación
mediante distintas tecnologías de la comunicación; de tener contacto o
no con libros, diarios, revistas, etc.
Estas diferencias existen, aunque son evidentes,
muchas veces se las niega o son motivo de discriminación, estableciendo qué es hablar bien.
Negar las diferencias, es negar a los sujetos y sus
contextos sociales y culturales. Aceptar la diferencia requiere que brindemos la posibilidad a todos los
niños de descubrir de cuántas formas distintas pueden llamarse las mismas cosas
(barrilete, papalote, cometa/ niño, nene, chico, pibe, gurí) o qué significados
tan distintos puede tener una misma expresión en diferentes lugares (pena,
vergüenza), y también reflexionar sobre esas diferencias.
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