Muchas son las acepciones que tiene la palabra límite en nuestra lengua, según el Diccionario de la Real Academia:
tr. Poner límites a algo.2. tr. Acortar, ceñir. U. t. c. prnl.3. tr. Fijar la extensión que pueden tener la autoridad o los derechos y facultades de alguien.4. intr. Dicho de dos territorios o dos terrenos: lindar2.5. intr. Dicho de un territorio o de un mar: Tener como frontera o término lo que se señala. .6. prnl. Imponerse límites en lo que se dice o se hace, con renuncia voluntaria o forzada a otras cosas posibles o deseables.
Sin embargo cuando hablamos de límites en crianza nos resulta más complejo. Hay una serie de variables a tener en cuenta para no desbarrancar ese delicado equilibrio que significa un “no” bien puesto. . Especialmente para evitar terminar a los gritos, porque la verdad, nada más alejado de la idea de límite que alzar desaforadamente la voz.
¿Qué es un límite en materia de crianza? ¿Una orden? ¿Alguna regla de convivencia? ¿Aquello que el adulto “quiere” que el pequeño haga? ¿Los comportamientos socialmente aceptados? ¿Cuáles son las causas por las que un niño no acepta el límite?
Este verano en la playa fui testigo de una serie de intentos fallidos entre unos padres de mediana edad y sus tres hijos de aproximadamente dos, cuatro y siete años… Mientras los progenitores estaban ensimismados con sus celulares, los niños gritaban, escupían, tiraban arena, y hasta se lastimaban entre ellos. Esa escena confieso que agotadora, transcurría con la mayor naturalidad. En vano fue que buscase la mirada de los padres para hacerles notar mi malestar, ninguno de los dos parecía inmutarse. Cuando el más pequeño de los hermanos le dio un tarascón al del medio la madre reaccionó:
-¿Federico otra vez mordiendo querés que yo te muerda a vos para ver lo que se siente?
Federico salió corriendo y esta vez, mordió en la pierna a su hermano mayor y el del medio empezó a patalear sobre la arena hasta provocarme tos. Entonces el padre furioso decidió dejar su celular e intervenir a los gritos…
Es muy común que un niño/niña entre el año y medio y los tres muerda, en especial porque es su manera de comunicar algo ya que aún no domina el lenguaje. En ningún momento sus padres le dijeron NO, con convicción ni con firmeza. No había contención, ni una actitud comprometida con los niños. Cuando la situación se les fue de las manos la actitud fue estallar, en ningún momento hubo límites. Aunque el tiempo de observación fue breve no me dio la impresión que en esa familia se trabajara a partir de ciertas reglas. Más bien todo parecía relacionarse con el desborde. Desde luego en ese estado es muy difícil trasmitir un mensaje claro a los niños. Cuando un adulto establece un límite,, debe ser desde el respeto, la coherencia, con la convicción que si le permite ciertas acciones al niño, éste puede generarse un daño a sí mismo o a los otros.
Cuando hablamos de un NO, nos referimos siempre a un NO con sentido, que no se trate de algo arbitrario. Un límite es ante todo una medida respetuosa con la integridad del otro. De este modo los niños, niñas y adolescentes aprenden acerca de sus derechos y también de sus deberes, del respeto hacia la comunidad. Aprenden a escuchar y a ser escuchados. Si se hace de este modo, cobra un sentido armónico. Los límites, como casi todo en esta vida, se construyen. Construir es con el otro, lleva tiempo, tiempo real con el niño, estar cerca del pequeño ensimismado en otra cosa no es tiempo real.
Es cierto que hoy por hoy emplear ciertos límites puede generar dudas y hasta crearles un conflicto a los padres. Muchas veces se entiende mal la idea, es como si establecer límites claros fuera ligado a una crianza autoritaria, por esa razón muchos padres dejan hacer para no traumatizar al pequeño, sin advertir que ser negligentes es gravísimo. Poder sostener un límite (en especial frente a un adolescente) muchas veces es una tarea ímproba. Pero es el oficio del adulto. El límite es siempre para cuidar, para proteger, para lograr el bienestar. Poner límites es un profundo acto de amor.
Convengamos en que criar a un niño o a una niña es una tarea maravillosa pero ardua. Implica todo nuestro amor y nuestro compromiso. Los pequeños no solo no nacen con un manual de instrucciones bajo el brazo, sino que lo que es bueno o dio resultado para uno de nuestros hijos o hijas, no necesariamente es lo ideal para el siguiente, o la siguiente..
En el ámbito familiar se genera mucha angustia ante la desobediencia de los chicos. Sin embargo, hay que tener en cuenta que desobedecer es normal en el proceso de crecimiento. Los niños intentan, prueban, van descubriendo los límites del entorno, diferenciando lo que es correcto de lo incorrecto, lo que se debe o no hacer. El rol del adulto es ayudarlos a encontrar estas respuestas, guiándolos con paciencia y reflexión. Cuando hablamos de paciencia no estamos queriendo decir que hay que tolerar hasta explotar porque eso es, como ya vimos, caer en el desborde.
Por otra parte es también importante el diálogo entre los progenitores. Muchas veces tenemos ideas muy distintas con nuestra pareja y ni siquiera las cotejamos. Después de todo, cada uno de nosotros proviene de hogares diferentes.
Ya se sabe, “cada casa es un mundo” por lo tanto hay cantidad de costumbres, tradiciones y normas que no nos detenemos a considerar, porque simplemente las damos por sentadas.
Resulta difícil romper con nuestras creencias, con nuestras matrices de aprendizaje, revisarlas y empezar desde otro lugar. Pero es fundamental que quienes crían a un niño o a una niña establezcan acuerdos mínimos.
Dialogar y no estallar, evitar los desbordes… nadie dice que es tarea fácil pero es posible…
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