Lo
primero que tenemos que tener para poder enseñar algo, lo que fuera, es una
enorme pasión, un entusiasmo que contagie, una energía que se pueda percibir.
Somos
docentes, por lo tanto, todos sabemos que los conocimientos no se
trasmiten, ni los niños, ni los púberes, ni los adolescentes, ni siquiera los
adultos aprendemos por osmosis, los
conocimientos no ingresan porque sí, hay un largo proceso de construcción hacia la apropiación de los mismos. Para poder
aprender es necesaria la disponibilidad y la empatía pero para alcanzarlas, una de las cosas que sí se
trasmite y se contagia es la energía que brota del amor hacia lo que estamos
haciendo.
Por
lo tanto hoy vamos a poner toda nuestra energía para poder enamorarnos,
enamorarnos de la literatura.
Aquí
la pregunta de rigor es ¿qué es lo primero que mueve al amor?
Conocer, conocer a ese otro
y cuanto más lo conozco y más me atrae más enamorada estoy. . Seguramente hoy
aquí habrá quienes son grandes lectores y desde ya están con una enorme
disponibilidad y quienes todavía no encontraron ese libro – que les aseguro que existe – que les
modificó la vida. Un lector no nace, se construye.,
como casi todo en este mundo. Lo cierto es que todos, absolutamente todos
estamos atravesados por la literatura. Lo estamos desde el vientre de nuestra
madre. La palabra nos envuelve desde el cuarto mes de nuestra gestación, porque
escuchamos la voz de nuestros progenitores y crecemos con ese susurro. Las palabras
contienen una fuerte carga emocional, ellas serán el cordón que unirán al
recién nacido al mundo, el ritmo de las
palabras, ese ritmo atávico del corazón, esa percusión que quedará para siempre
grabada en nuestra memoria, las palabras son música, son
cadencia, sonido envolvente, que nos acaricia en una canción de cuna, la palabra nos construye, la palabra
nos atraviesa: la literatura está construida
a través de la palabra.
Al
iniciar esta charla hablamos de Pasión, o sea de ese sentimiento vehemente, capaz de dominar
la voluntad y perturbar la razón, como el amor, hablamos de literatura y de su
materia prima: la palabr. Nos queda entonces definir didáctica.
Pues
bien, digamos que etimológicamente el término didáctica proviene del griego
didastékene que significa:didas-enseñar y tékene-arte, entonces podríamos
definirla como el arte de enseñar.
·
¿Qué se enseña?
·
¿Cómo se enseña?
·
¿Todo es enseñable...?
Estas
son preguntas previas importantes a la hora de abordar el tema que nos ocupa. ¿Se puede enseñar a tener
pasión por la lectura? ¿Es eso realmente “enseñable”?
Muchos
autores dicen que esto es imposible, e incluso cuestionan la didáctica de la
literatura. Otros en cambio pensamos lo
contrario. Entre ellos Graciela Montes,
quien en un documento muy interesante “La gran ocasión “nos habla de cómo se
construye un lector.
Pienso
que como docentes deberíamos definir a la didáctica como una verdadera “teoría de la intervención”, y esto abarca desde el Jardín
maternal hasta la Universidad. Porque un buen docente presenta el material, y
abre posibilidades frente a las cuales deberá intervenir
para enriquecer. Claro que para poder intervenir primero hay que dejar hacer. Confiar en
el otro. Ese otro siempre nos va a sorprender.
En
nuestro libro “Y de pronto la vida” que está dedicado específicamente al Jardín
maternal hablamos largamente de este tema. Cuando las familias llevan a sus niños al maternal, esperan – por sobre todas las cosas - mientras ellos no tienen otro remedio que
trabajar que los docentes sean capaces de ayudar a esos pequeños a crecer y eso
no se hace a partir de todo tipo de estímulos sino de la entrega y disponibilidad
para acompañar e intervenir en el momento oportuno. Esos padres están dejando a
su más preciado bien en manos de ustedes y esperan que ustedes los acompañen,
que no es poco. Pero esto no sucede sólo
en el jardín maternal, todos necesitamos crecer, esa es la base del ser humano,
crecemos en tanto y en cuanto nos
reflejamos en el otro.
Desde
que nacemos la palabra es un sostén. Desde muy pequeños nos gusta escuchar
historias. Mirar imágenes que nos relaten una historia, sorprendernos,
identificarnos. Hacernos cada vez más sensibles, cada vez más humanos y el arte
en general nos ayuda, gracias a su carácter polisémico a construir nuestra
subjetividad. La
literatura es arte.
En
este punto vamos a partir de un verso
del poema ‘La palabra
que sana’ de Alejandra Pizarnik
‘La
palabra dice lo que dice y además más, y otra cosa’
En
efecto, la palabra tiene tres grados de significación, y en ellos debemos
hurgar para ir más allá, para comprender ciertos discursos. Nos acercaremos de
a poco.
La
palabra: ‘dice lo que dice’ es indudablemente aquello que sabemos de la
palabra, es como la entendemos corrientemente, aquello, que en todo caso,
podríamos verificar en el diccionario.
‘Y
además más’, es lo que resignifica
para cada uno, lo que llevamos en el interior, de todas nuestras experiencias
vivenciales con esa palabra, lo que nos dejó nuestro medio social en ella: la
familia, la escuela, el barrio, la literatura, el cine, la televisión.
Y
tenemos que tener cuidado porque en algunos discursos, por ejemplo en el
discurso político, en la oratoria seudoreligiosa, en el texto periodístico
sensacionalista, la palabra dice lo que dice y además más, y en ese plus,
previamente estudiado e intencionalmente dirigido, se condiciona – de algún modo - nuestro libre albedrío, o sea, por dar un
ejemplo, cuando entramos al supermercado
y nos detenemos frente a una góndola y alargamos la mano hacia esa bebida
refrescante, hay alguien que nos la acerca del otro lado, pero nosotros no lo
vemos.
Paradójicamente,
pero en el extremo opuesto, en ese ‘además más’
también se pone en juego el arte, allí trabaja el artista y en especial el
escritor, allí se juega la discutida y difusa línea que separa el arte del
no-arte, que separa la palabra poética de la palabra comunicativa.
En
ese ‘más‘ resonando en la parte más íntima de nuestro ser, en ese golpe de
timbal que vibra hacia dentro, que sacude por unos instantes el alma, sentimos
una emoción inesperada o se despiertan ciertas sensaciones dormidas hace
tiempo, la palabra poéica, la literatura es liberadora.
La
palabra poética, y tal vez sólo ella, dice otra cosa, esa otra cosa que nunca
dirán los otros discursos, y donde se oculta la sustancia íntima y la
primigenia razón de ser del arte.
Por
esa otra cosa desconocida de la palabra, nosotros dejamos de ser lo que somos
rutinariamente, o dicho de otra forma, descubrimos los otros ‘yo’ que habitan
nuestro ‘yo cotidiano’, o vemos al mundo, nuestro subjetivo fragmento del
mundo, distinto y diverso, al menos por un instante, —el instante poético— que
tiene, como todos sabemos, una duración inmedible en tiempo real.
Por
esto es, que esa otra cosa imposible de definir, escurridiza como un pez dorado
en el mar infinito, esa sensación inefable, hace de la POESíA la más
provocativa, la más subversiva y profunda de las artes del hombre.
Hay
muchísimos casos de niños lectores compulsivos, quienes después se
transformaron en importantes escritores que lograron superar la vulnerabilidad
de su mundo gracias a la literatura.
Tal vez se estén preguntando ¿Qué
recomendaría a los docentes que quieren fomentar la lectura de sus alumnos?
Crear un entorno poblado de obras, tanto físicamente, como en
lecturas en voz alta por parte del docente de manera frecuente.
Otorgar tiempo de lectura autónoma en el aula.
Generar tiempo de discusión de libros en el aula.
Conocer muy bien los libros que se van a recomendar a los niños.
Asociar la lectura a actividades creativas, muy diversificadas y con sentido.
Llevar a cabo actividades que refuercen la autoimagen como lectores, como por ejemplo juegos de evocación de los libros leídos; enlazar la lectura en el aula con la lectura social, acudiendo a bibliotecas, actuaciones teatrales, etcétera; así como asociar a las familias en el esfuerzo por hacer evidente que la lectura ocupa un lugar imprescindible en el mundo. Hay una enorme diferencia entre una persona lectora y ora que no lo es. La primera tiene un profundo sentido crítico.
Otorgar tiempo de lectura autónoma en el aula.
Generar tiempo de discusión de libros en el aula.
Conocer muy bien los libros que se van a recomendar a los niños.
Asociar la lectura a actividades creativas, muy diversificadas y con sentido.
Llevar a cabo actividades que refuercen la autoimagen como lectores, como por ejemplo juegos de evocación de los libros leídos; enlazar la lectura en el aula con la lectura social, acudiendo a bibliotecas, actuaciones teatrales, etcétera; así como asociar a las familias en el esfuerzo por hacer evidente que la lectura ocupa un lugar imprescindible en el mundo. Hay una enorme diferencia entre una persona lectora y ora que no lo es. La primera tiene un profundo sentido crítico.
Es muy importante saber que no se puede considerar
la educación literaria como un lujo prescindible ante la urgencia de dotar de
competencias útiles para moverse de forma práctica en el mundo actual. Decididamente no podemos centrar la educación en una perspectiva utilitarista.
La
literatura resulta el mejor instrumento que poseemos para adquirir muchas
competencias. Para dominar el lenguaje y la lectura, para advertir cómo el
lenguaje busca efectos en el receptor o cómo nos endosa implícitos que nos
permiten valorar el lenguaje publicitario, político, financiero, etc. Pero
también porque el imaginario literario nos educa sentimentalmente. Su potencia
es tan enorme que todas las colectividades humanas la han utilizado siempre en
todas las culturas.
Ahora ¡Cuidado! Si la literatura se reduce a un conocimiento histórico de obras y
autores, a leer y escribir sin propósito ni exigencia, el resultado de sus
beneficios no se logra.
La literatura es arte, el arte es irreverente.
La literatura es arte, el arte es irreverente.
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