Por Estela Quiroga
Esta
pregunta no es trivial ya que hay propuestas de alfabetización que se basan en
la idea de que la lengua escrita y la lengua oral se adquieren del mismo modo y
por lo tanto no es necesaria la enseñanza sistemática y sostenida de la lectura
y la escritura. Sin embargo, esta es una afirmación que necesita profundizar
conocimientos. Cuando un niño nace se ponen en juego una serie de mecanismos
lingüísticos innatos, con base cerebral, que le permiten adquirir naturalmente
la lengua a la que está expuesto en su entorno inmediato, generalmente llamada
lengua materna o lengua primera. Llegar a comprender y producir oralmente
palabras y oraciones de esta lengua materna no requiere ningún tipo de
enseñanza sistemática. A este proceso se lo llama adquisición de la lengua
materna .
Debemos diferenciar este proceso de
adquisición inicial respecto de la enseñanza sistemática de la oralidad en la
escuela y del incremento del vocabulario, que son contenidos escolares
obligatorios, desde el Nivel Inicial hasta la Escuela Secundaria.
En
contraposición, cuando nos referimos a la lengua escrita y dado su carácter de
invención cultural reciente en nuestra historia evolutiva es necesario hablar
de aprendizaje, porque el dominio de la lectura y la escritura requiere
enseñanza sistemática, planificación y acuerdos metodológicos para la
enseñanza. El hecho de estar rodeados de mensajes escritos, por sí solo, no
conduce a los niños y niñas a aprender a leer. Por el contrario, hay que
enseñarles a leer y escribir y para ello es necesario decidir qué contenidos
son imprescindibles y qué formas de intervención son las más adecuadas. Veamos
algunas respuestas desde las ciencias cognitivas. ¿Se debe enseñar la
conversión grafema-fonema o los alfabetizandos la pueden adivinar? Un enfoque
de enseñanza llamado global puro sostiene la idea de que el conocimiento de la
lengua escrita surge como resultado natural de la exposición del niño a los
estímulos escritos, de la misma manera que ocurre con la adquisición de la
lengua oral materna o primera. Según este enfoque en sus formas más extremas y
ortodoxas, se considera que para enseñar a leer es suficiente la inmersión del
alfabetizando en situaciones de lectura de palabras, frases y textos completos
sin enseñanza explícita de las correspondencias fonema-grafema, porque se
sostiene que los que aprenden pueden “deducir” el significado de las palabras y
por ende, de las frases y los textos completos. Desde este enfoque enseñar a
leer consiste en que los alfabetizandos memoricen grandes cantidades de
palabras como formas completas, pero sin reconocer ni analizar las unidades
menores que las componen. Las actividades que se proponen están limitadas al
conjunto de palabras memorizadas.
¿Qué pasa cuando los que están aprendiendo a
leer y escribir
se enfrentan con una palabra nueva?
En
estos casos son alentados a hacer conjeturas sobre la posible palabra usando
pistas contextuales, pero sin utilizar ninguna pista fonológica. Un supuesto
que sostiene esta perspectiva es que el conocimiento necesario para resolver el
problema del reconocimiento de las correspondencias entre grafemas y fonemas
surgirá como resultado de la simple exposición a las correspondencias sin
necesidad de que el docente las enseñe ni las haga ejercitar de manera
explícita. K. Goodman (1976) es quien, desde hace unas décadas, sostiene este
enfoque y también quien más fuertemente cuestiona la enseñanza sistemática de
las correspondencias grafema–fonema. Su argumentación se basa en la idea de que
el alumno debe ser considerado como un aprendiz más activo. En este sentido,
propone que la intervención del maestro debe ser menos preponderante y debe
limitarse a guiar al alumno a explorar y descubrir progresivamente las
convenciones de la lengua escrita a través de su uso en contextos naturales. Al
que no consigue leer un texto se lo alentará para que adivine su significado,
tomando en cuenta factores como las palabras que conoce, su propio saber sobre
el tema o las ilustraciones que acompañan el texto. Esta es la máxima expresión
de este enfoque que su autor denomina El juego de adivinación psicolingüística.
En este marco, el reconocimiento de partes de
palabras es considerado un proceso secundario y casi opcional para la
comprensión de la lengua escrita. Entonces, según el enfoque global puro un
lector eficiente no precisa identificar todos los elementos, sino que
selecciona un número reducido pero productivo de claves para poder “adivinar y
predecir” lo que lee. Es decir, se propicia que los lectores utilicen la menor
cantidad posible de información del texto, traigan a la situación de lectura su
conocimiento del mundo y de la lengua oral y pongan en práctica distintas
estrategias para predecir e inferir el significado del texto. Desde esta
propuesta pedagógica eventualmente los alfabetizandos “descubrirían” el
principio alfabético a partir de la práctica de la lectura y la escritura, y no
a partir de una enseñanza sistemática. Esta propuesta recibió críticas de
distintos investigadores, entre ellos Charles Perfetti (1985), quien señala al
respecto: La mayor falla de este enfoque es que no reconoce que uno de los
sistemas de claves es más importante que el otro. Un niño que aprende un código
tiene un conocimiento que le permite leer a pesar de las dificultades
semánticas, sintácticas o pragmáticas que pueda tener el texto. No importa cuán
importantes sean estas claves, no sustituyen la habilidad para identificar una
palabra.
¿Alguna
forma de enseñar favorece la autonomía o el autoaprendizaje más que otra?
En
sistemas ortográficos como el español en los que las relaciones entre fonemas y
grafemas son claramente sistematizables -aun en el caso de defectos en el
paralelismo entre grafemas y fonemas - la posibilidad de sacar provecho de esta
ventaja le brinda al que aprende a leer y escribir una herramienta de
“autoaprendizaje” que le permite ser un lector autónomo en muy corto plazo.
El
neurocientífico Stanislas Dehaene afirma que la posibilidad de ser un lector
independiente tiene su correlato en el cerebro ya que las conexiones desde
cadenas de letras a los sonidos y al significado se automatizan gradualmente.
Esto es, una vez que los alumnos aprenden y comprenden esta relación entre los
grafemas y los fonemas, todas las palabras escritas se hacen disponibles para
ellos, sin que sea necesario que un adulto les esté enseñando a vincular todo
el tiempo una forma gráfica completa con una forma fonológica completa. Además,
el cerebro se hace cargo también de la parte que le toca y consolida estas
relaciones que los aprendices pueden hacer descifrando las palabras a partir de
un conjunto limitado de reglas. Este es el fundamento de la noción de
"autoaprendizaje", un procedimiento que explica cómo el aprendiz de
lector, en la medida en que disponga de los mecanismos fonológicos de base que
le permitan identificar palabras escritas, podrá generar su léxico. De este
modo, incorporará nuevas palabras para ampliar su vocabulario escrito que le
proporcionará el sostén para ser un lector fluido y comprensivo
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