Los
cuentos tradicionales infantiles derivan de relatos populares, anónimos y
orales -cuyo origen es muy difícil precisar- que circulaban entre el campesinado
desde tiempos inmemoriales. No eran considerados entonces relatos
exclusivamente infantiles, pues sus destinatarios eran tanto los niños como los
adultos. Para la cultura occidental, la literatura infantil nace cuando los
relatos
orales
del folklore medieval europeo son fijados por la escritura, a partir del
siglo XVI, en recopilaciones tales como las de Basile y Straparola. A fines del
XVII Charles Perrault publica Los Cuentos de Mamá Oca, que incluyen varios
de los clásicos más conocidos, tales como “La bella durmiente del bosque”,
“Cenicienta” y “Caperucita Roja”. Igualmente importantes fueron los Cuentos de
niños y del hogar de los hermanos Grimm, las recopilaciones de cuentos rusos de
Afanasiev.
Si
examinamos la trama de la mayoría de estos relatos, es difícil determinar
cuánto ha sido aportado por el material folklórico originario y cuánto por la
inventiva de sus recopiladores. Algunos de ellos, como Afanasiev muestran
un apego más filológico a los originales, otros como Perrault y los hermanos
Grimm recrean más o menos libremente los relatos de tradición oral y, por
último, autores como Andersen tienden a tomar el folklore como fuente de ideas
y temas para crear nuevos cuentos.
En
este devenir, el género sufrió algunas transformaciones. Las primeras versiones
–inclusive las de Perrault- conservan la crudeza que era propia
de los textos folklóricos orales. En ellas abundan los abandonos y maltratos de
niños, los asesinatos, inclusive las violaciones y el canibalismo.
En
la versión original de “La Bella
durmiente”, por ejemplo, la princesa es violada , abandonada y da a luz hijos
ilegítimos que están en peligro de ser
devorados
por una ogresa. Que los niños escucharan estas historias no constituía problema
alguno en una época en que eran vistos como adultos pequeños y por tanto,
hacían cosas tales como trabajar duramente y concurrir
a las ejecuciones públicas en las plazas. Este apego a la morbosidad que tanto
impacta a la sensibilidad contemporánea resulta muy entendible al indagar el
contexto social del que emergieron estos relatos.
Para
hacerlo, es valioso remitirse al análisis histórico que de ellos efectúa Robert
Darnton. Este autor explica que la situación del campesinado medieval era
paupérrima. La gente vivía hacinada, cundían las guerras y las epidemias, la
población en general moría muy joven, de modo tal que proliferaban
las madrastras y los huérfanos. Los niños –que eran testigos y víctimas de esta
situación- no recibían tratamiento privilegiado alguno.
En
las últimas décadas, los cuentos tradicionales han sido objeto de estudio de la
psicología, sociología, pedagogía y antropología, y han suscitado numerosas
polémicas en torno, por ejemplo, a la visión de la sociedad que reflejan, al
rol asignado a las mujeres, a su impacto sobre lapsiquis de los niños, entre
otras. La lectura de estos relatos por parte de los niños fue enfáticamente
desaconsejada por algunos estudiosos que sostenían que, particularmente en sus
primeras versiones, podían causarles traumas y frustraciones, al originarles
temores y sufrimientos innecesarios. En contraposición, autores tales como Bruno
Bettelheim señalan, desde un marco teórico psicoanalítico, la importancia de la
lectura de estos cuentos. En la bibliografía de la cátedra, en el MÓDULO 5 pueden leer varios interesantísimos capítulos
de “PSICOANÁLISIS DE LOS CUENTOS DE HADAS”
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